
Aquí estamos de paso
Cabe esperar
El tiempo y sus errores irán definiendo su verdadero rostro
El delincuente convicto que ocupa la Casa Blanca, nieto de inmigrantes alemanes, quiere detener al gobernador de California por atreverse a exigir que se cumpla la ley y cesen los atropellos a inmigrantes. El Gran Dictador, cargado de una vanidad pretenciosa y cerril, estima que puede enviar a la Guardia Nacional a realizar las deportaciones masivas con las que sueña desde que acarició la idea de convertirse en el rey del mundo. Sueña Trump con un país blanco y oscuro, o sea de raza blanca y con ciudadanos silenciados y sin derechos, en el que pueda seguir incrementando los balances de sus negocios mientras organiza el mundo con otros sátrapas con los que comparte carencia de escrúpulos e ilimitada ambición, pese a que probablemente los considera muy inferiores.
Este modesto escribidor calcula que el tiempo en el que este bípedo ocupe la máxima responsabilidad de gobierno de la primera potencia mundial no será analizado por politólogos, sino por psicólogos y psiquiatras. Un tipo que juega con su economía y los intereses de su país como si fueran su rancho, que admira a los dictadores y desprecia a sus víctimas, que impone en el mundo la diplomacia de la fuerza, que humilla en público a líderes mundiales, que insulta a sus antiguos valedores cuando se descuelgan huyendo de su toxicidad, que olvida sus orígenes y detesta a los foráneos, que envía a la Guardia Nacional a reprimir sin que el gobernador del Estado se lo haya pedido, que ahora refuerza la presencia militar con los marines, y que pretende por ello que le den las gracias, según ha dejado dicho en su propia red social, está mostrando un profundo desequilibrio vital y emocional. No ha madurado, no tiene trazas de hacerlo y, desde la más absoluta ignorancia del mundo, más allá de sus propias ventanas, ordena y decide a impulsos emocionales, con recursos y modos de un infantilismo de libro, sobre la vida, las haciendas y el futuro de millones de personas.
Está convirtiendo Estados Unidos en un país detestable al que cada vez menos gente tiene ganas de ir, en ejemplo de lo que puede suceder cuando la norma de gobierno es la arbitrariedad y el objetivo, la propia gloria y el alza de valor de sus negocios. Hay quien habla de revolución Trump, pero eso no es sino un lazo inmerecido para envolver de trascendencia lo intrascendente, para suavizar los filos insoportables de alguien que de no ser por la existencia real de controles y contrapesos en la política estadounidense, alcanzaría las cotas de miseria de gente como Putin o Kim Jong-un. En realidad, posee los rasgos de carácter de un tirano y no tiene escrúpulo en mostrarlos. Pero afortunadamente no tiene todo el poder. Por mucho que aspire a conseguirlo, como ya ha dicho claramente en más de una ocasión cuando se plantea acabar con el límite marcado por la vigesimosegunda enmienda a la Constitución que dice en su artículo 1 que ninguna persona podrá ser elegida para el cargo de presidente más de dos veces.
Hay que seguir confiando en que el tiempo y sus errores, con las graves consecuencias económicas y sociales también para sus votantes, vayan definiendo su rostro verdadero ante los que aún confían en él. Pero, sobre todo, confiar en que la Justicia de los Estados Unidos, la misma que le condenó por abusos sexuales, consiga ir frenando los que sigue dispuesto a realizar desde su trono de rey del mundo.
Cabe esperar.
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