Tribuna

Estética y derecho

El esplendor del Estado de la Cultura se dio cuando esta dependía de colectivos minoritarios con mayor sensibilidad estética

Estética y derecho
Estética y derechoFederico

El Consejo de Estado francés afirmó, en una ocasión al menos, que la estética era uno de los conceptos jurídicamente más «incómodos». En el Derecho español, como es normal en todos los Derechos avanzados, las prescripciones del poder público sobre estética dependen (para ser conformes a Derecho) de una previsión en una norma aplicable, sea un plan, sea una ordenanza, un catálogo urbanístico, etcétera. Diríamos que la estética no funciona como concepto jurídico indeterminado, al margen del criterio de la adaptación de la edificación al ambiente del lugar. En Baviera es donde se han hecho mayores intentos en esta dirección, debido a condicionantes histórico culturales especiales.

En estas afirmaciones que acaban de hacerse están presentes fenómenos antiguos (de cierta pugna entre el Estado de Derecho y el Estado de la Cultura); en nuestras sociedades modernas se entiende que ambos principios se expresan en perfecta compatibilidad. Sin embargo, no es tan fácil la cuestión. Las potencialidades de la cultura, se atemperan bajo el Derecho que, en el fondo, impone límites. Quizás deba ser así. El Estado de la cultura casa mejor con el Estado policía que es la contraposición al Estado de Derecho. De partir del Estado de la cultura o del Estado de Derecho, o incluso el Estado democrático, los resultados no son finalmente coincidentes. La producción de cultura, conforme a estos últimos, queda en manos del «gusto mayoritario». Es lo coherente, además, con la soberanía popular, que yo llamo «soberanía pop»: el conjunto de los ciudadanos determina, pues, los productos culturales. La elección de la cultura «dominante» la define la colectividad en su conjunto. Esto no es, sin embargo, tan coherente con el Estado de la Cultura. Este prefiere «lo mejor» culturalmente y esto no es tan acorde con que la cultura quede en manos del pueblo. De hecho, el esplendor del Estado de la Cultura se dio cuando esta dependía de colectivos minoritarios con mayor sensibilidad estética.

En el ámbito del Derecho, uno terminaría dudando (acaso por el escepticismo propio de las edades ya algo avanzadas) de las bondades de un «urbanismo» basado en «números» que dominan economistas y arquitectos y basado en «reglamentaciones» que dominan juristas. Es decir, aunque suene a «bárbaro», uno termina pensando si no sería mejor que primara la estética directamente, como concepto evolucionado.

A la vista están, muchas veces, los deficientes resultados que se producen en la actualidad, por no hablar estéticamente de la «vivienda social» (con total indiferencia a la estética) y los loables resultados estéticos de las ciudades del pasado (o de los pueblos). Quizás lo principal, como criterio, sea que una edificación mejore, o no mejore, «la realidad, la naturaleza, el paisaje». Quizás en el futuro el urbanismo pudiera estar dirigido por Bellas Artes y no por Ayuntamientos. Estas ideas suenan discutibles hoy día, pero quizás en el futuro no lo sean tanto (me remito a mis libros: «La soberanía pop» con la editorial Colex; «Tratado de derecho administrativo», editorial Civitas-Aranzadi, cuarta edición, tomo 4; y «El estado de la cultura», de la editorial Tirant lo Blanch).

Lo estético se ha considerado desde finales del siglo XX como algo decimonónico-burgués que debe superarse, en parte por influjo marxista y en parte por influjo de la soberanía pop. Desde el mundo de la investigación del arte se sepulta, o a veces incluso se desprecia, la estética. Sin embargo, todos valoramos los esfuerzos que se hacen a veces por la Administración, cuando casan con lo estético. Por ejemplo, es preciso apoyar esos «miradores» que se construyen en las carreteras secundarias para la contemplación de los paisajes, o esa habilitación de las carreteras a las bicicletas. Al final, el «placer estético» es lo que vale. Para algunos llegó a ser una especie de religión y el sentido de la vida misma. Lo que no es placer estético es hastío (véase nuestro «Hastío y Belleza», editorial Endymion, 2023).

Santiago González-Varas Ibáñezes catedrático de Derecho y escritor.