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El buen salvaje

¡Eurovisión!

«The Guardian», por lo que veo atónito, incluye a Melody entre sus diez preferidas y me ha parecido que España estaba dispuesta a derrotar a Napoleón

Pasado el cónclave, lo más mediático que ocupará a Europa esta semana será el Festival de Eurovisión, ese momento musical en el que el continente juega con la guerra, el rearme de la pluma universal y el ardor guerrero de las divas que duermen con el uniforme. Si esta Europa es la que tiene que defenderse del abandono trumpista, es comprensible que ya no participe Rusia, aparte del detalle de que se metió en Ucrania. Eurovisión es el retrato amplificado de un territorio invadido por lo blandengue, como diría El Fary, que arrastra a millones de seguidores y de petardos en el sentido que lo escribiría Pedro Sánchez. Eurovisión no necesita que se filtren WhatsApp porque todo lo que lo rodea ya es un placer culpable que uno solo confesaría ante unos pocos elegidos. Europa se entretiene en una feria colectiva, como la de Sevilla, pero a lo bestia y en hortera, que a la vez es una partida de geoestrategia y de modernidad licuada.

Como en la quiniela de los Papas, todos los medios impulsan a un favorito. «The Guardian», por lo que veo atónito, incluye a Melody entre sus diez preferidas y me ha parecido que España estaba dispuesta a derrotar a Napoleón y que no hay nada mejor que le pueda pasar a nuestro presidente del Gobierno, además de que se hicieran públicos los mensajes de la mayoría. ¡Santa Madonna, la de barbaridades que guardamos en el teléfono! Melody volvería a encender a un país que se apagó mientras el Festival, con su mar de banderas reivindicativas, nos hace olvidar que, en realidad, por mucho que la necesitemos, Europa nos parece un lugar donde se habla raro.

«El fútbol es un juego en el que 22 hombres persiguen una pelota y al final siempre gana Alemania». La frase de Gary Lineker vale lo mismo si se cambia hombres por el género que sea y en lugar de Alemania ponemos Suecia. Estamos colonizados por arriba y por abajo. Esa noche lo veremos en nuestros sofás de Ikea, con la tranquilidad de que un ataque nuclear está lejos, pero que hay otros bombardeos que dejan secuelas.