Escrito en la pared

Una evocación buñuelesca

No se crea que la Díaz tiene tras de sí un proyecto político, pues en Sumar nada está definido salvo que su lideresa «quiere ser la primera presidenta de España»

Luis Buñuel se encontraba en París, según cuenta en «Mi último suspiro», su libro de memorias, en aquel mayo de 1968 en el que los estudiantes de izquierdas se pusieron en pie de guerra. El mundo del cine estaba también convulsionado tras la decisión de André Malraux, entonces ministro de Cultura, de despedir a Herri Langois como director de la Cinemathéque Française. Don Luis, junto a otros colegas –Kubrick, Resnais, Truffaut, Godard–, protestó enérgicamente ante semejante atropello hasta lograr la readmisión del cesado. Los adoquines parisinos y, por supuesto, el caso Langois, acabaron reflejándose en Cannes, donde se había inaugurado como si nada ocurriera el Festival de Cine con la película «Lo que el viento se llevó». Demasiado para el cuerpo, pensaron los de la Nouvelle Vague, con Godard como principal oficiante, y se apresuraron a boicotear las proyecciones. Allí se vio a Carlos Saura colgado de un cortinón para evitar que su muy buñuelesco «Peppermint frappé» –en el que hasta sonaban los tambores de Calanda– se proyectara. Ni que decir tiene que lograron su propósito y el Festival fue suspendido. Buñuel, que contemplaba todo esto con la retranca que le daban los años –y su ascendencia bajo aragonesa–, describió en frase lapidaria la conclusión de aquella eclosión: «Cada cual buscaba su revolución con su linternita».

Ha transcurrido más de medio siglo y las linternitas de la izquierda se han multiplicado, especialmente después de la decepción que sufrió con la caída del Muro de Berlín, y han incorporado todo tipo de reivindicaciones identitarias revestidas de supuestos derechos. Lo vimos antes y después del Domingo de Ramos, cuando Yolanda Díaz, mientras miraba con embeleso a quienes le rodeaban, despreciaba a las comadres podemitas que habían acabado identificando la igualdad con «amar su chocho». Pero no se crea que la Díaz tiene tras de sí un proyecto político, pues en Sumar nada está definido salvo que su lideresa «quiere ser la primera presidenta de España» y que «¡hoy empieza todo!», eso sí, con mucho diálogo. Por eso me temo que tras las invocaciones sentimentales del pasado domingo sigue lo mismo: unas izquierdas incapaces de poner el foco de sus linternitas sobre las aspiraciones mayoritarias de la sociedad española.