
Letras líquidas
Un gobierno cuarentón
Han pasado más de seis años desde junio de 2018 y hay una responsabilidad directa en lo gestionado desde entonces
Sometidos al elogio infinito a la juventud que nos rodea, cualquier excusa es válida para soslayar el discurrir de los años. En una especie de fingimiento de que el tiempo, en realidad, no avanza se buscan eufemismos o subterfugios que disfracen su fluir inexorable y se cae, a veces, en poses más bien ridículas que muestran con más crudeza los ritmos, acelerados, del calendario. Y ese mal moderno, como una especie de extraña versión de Dorian Gray, acecha a todos los ámbitos de la vida, infiltrándose hasta los espacios más insospechados. Política incluida. Y ahí parecen encontrarse los titulares del poder ejecutivo de nuestro país, como ajenos a los períodos que llevan ejerciéndolo, obviando que en apenas dos meses superarán a sus predecesores en La Moncloa. Que han pasado más de seis años desde junio de 2018 y hay una responsabilidad directa en lo gestionado desde entonces. Aunque, a juzgar por ciertas declaraciones sobre algunos de los asuntos que últimamente más preocupan a los ciudadanos, pareciera que la mudanza oficial se produjo hace apenas unos días. Más allá de los supuestos casos de corrupción e irregularidades varias que se dirimen en los tribunales (y que nos recuerdan la debilidad de la condición humana y los fallos y resquicios que aún mantiene el sistema), esa sensación de recién llegados, como de cara de sorpresa, se muestra en todo su esplendor en cuestiones como la vivienda o el caos ferroviario. Como si los últimos años no hubieran tenido incidencia alguna en la escasez de construcciones, que todos los expertos apuntan como mal de fondo, o en la escalada en el precio de los alquileres o como si la herencia recibida en vagones y vías no empezara a quedar demasiado lejana, y ridícula, como excusa para tapar una inversión y un mantenimiento que se evidencian escasos. Haría bien la principal administración del Estado en asumir la responsabilidad propia, en reconocerse cuarentona y no cuarentañera. Daría así el primer paso para asumir la crisis de la mediana edad y superarla. Créanme que es lo mejor. Felices 40, Gobierno.
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