El buen salvaje

Hay que salir de guasap y no dejar nada por escrito

Si se pusiera negro sobre blanco, o el color que quieran, lo que dice el guasap de la mayoría de los que ahora me leen, acabaríamos todos en la cárcel, que es a lo que vamos, a que nuestras casas sean prisiones vigiladas por el Estado

En La Rioja a unos estudiantes de Magisterio se les ocurrió abrir un grupo de guasap para decir burradas que no viene a cuento reproducir. Pero, chicos, ¿qué necesidad teníais? Desde aquel momento todo empezó a utilizarse en vuestra contra. Escribisteis sobre novatadas y «tías buenas», lo que suelen hacer los párvulos como vosotros. Y las párvulas empoderadas amantes de los culitos tiernos, como ellos lo son de los cuerpos de queso (hay que revisar estas comparaciones, que cada vez son más los que no aguantan la lactosa). Entonces todo se envolvió con el escandaloso celofán sexista de la nueva ola e hicieron con vosotros carne picada. Dice Bayona, el director de cine, que el canibalismo también puede ser un acto de amor. Pero a estos pardillos los quieren devorar por amor, pero por amor al arte de joder.

Si se pusiera negro sobre blanco, o el color que quieran, lo que dice el guasap de la mayoría de los que ahora me leen, acabaríamos todos en la cárcel, que es a lo que vamos, a que nuestras casas sean prisiones vigiladas por el Estado. A las personas con las que tenemos una cierta confianza escribimos párrafos con suficiente metralla para que nuestra reputación salte por los aires. Existe una figura olvidada por la desgracia humana, a la manera de una tragedia griega, que es la ironía. Si los y las censoras de este patio de colegio en que se ha convertido la existencia triste de los corderos no entienden lo que es una broma solo podemos aspirar a que nos cosan la boca (que solo es buena idea, según lo veo yo, para adelgazar) o a que nos paralicen los dedos con los que escribimos. Escribir es ya una profesión de riesgo porque las palabras pueden sobrepasarse más que los cuerpos. De hecho, hay cosas que he escrito que jamás leería en alto sin desmayarme de la vergüenza.

Una colega periodista un poco gamberra y aquí un servidor hemos quedado en seleccionar los guasap más bestias de nuestros teléfonos con la mala intención de que alguien ose publicarlos, así, en frío, sin contar lo que pasaba ese día, si estábamos del todo sobrios o con alguna copa encima, si habíamos pensado tirarnos por la ventana o si éramos tan felices que las palabras solo podían ser feas para que esa felicidad no doliera. Lo primero que nos ha llamado la atención es que nuestros mensajes tienen acentos, comas, minúsculas o mayúsculas e, incluso, a veces, se abren las interrogaciones. Estaríamos a salvo, al menos, del juicio literario. En cuanto a los de La Rioja, un consejo: cuando sean maestros no dejen usar nunca el móvil.