Y volvieron cantando

Jaque a la Transición

Eso, que no fue un pacto de castas ni de poderosos, es lo que hoy está más en jaque que nunca.

El espíritu reconciliador de la Transición, –el que realmente justificó la aplicación de una amnistía para resarcir a los represaliados de una dictadura– afronta su momento más crítico en cuarenta y cinco años de democracia, curiosamente no porque haya un clamor general para la revisión del llamado régimen del 78 o unos elementos objetivos que indiquen la necesidad de poner patas arriba los valores que representa la Carta Magna, más amenazados ahora que nunca, sino porque interesa puntual y coyunturalmente, más que a la suma de una serie de partidos, a un muy concreto elenco entre sus dirigentes, en una obstinación sin precedentes por primar trayectorias políticas personales concediendo impunidad a condenados y prófugos sobre el interés general de una ciudadanía que sí está sujeta al imperio de la ley.

La revisión de la Transición a la que inevitablemente llevará la patada al tablero que supone amnistiar a los condenados del «procés», con Puigdemont no condenado por fugado a la cabeza, se sitúa en una camino que acaba convergiendo con quienes desde la izquierda anti sistema más extrema y desde el separatismo más radical han venido carcomiendo el sistema para conseguir eso que en algunos casos calificaron de «asalto a los cielos», hilo argumental estrechamente ligado a aquella máxima podemita de que la Transición era el fruto de un pacto entre castas, poderes fácticos y nomenclaturas necesitadas de un lavado de cara.

Quienes ponen en jaque al espíritu de la Transición con su facilidad para comprar las caras exigencias de Puigdemont y de paso lograr su anhelado borrón y cuenta nueva a décadas de convivencia bajo el estado de derecho esconden bajo toneladas de demagogia a los verdaderos protagonistas de esa Transición. Los obreros y trabajadores de las fábricas encerrados en iglesias y contemplando a sus líderes sindicales –los de entonces claro está– bajo sumarísimos procesos, los curas que anteponían la defensa de sus feligreses convirtiéndose en peligrosos elementos para el régimen, los profesores y estudiantes que hicieron estallar desde la universidad gritos de libertad, los cantautores, los artistas, un Rey que optó por la altura de miras y una sociedad que desde la base clamor por el cambio hacia la modernidad enterrando cuitas de sus abuelos y mostrándole al mundo un ejemplo de reconciliación. Eso, que no fue un pacto de castas ni de poderosos, es lo que hoy está más en jaque que nunca.