La situación

Lealtad ciega y acrítica

«El debate público no es el que interesa al Gobierno, sino el que lo acorrala»

José Luis Rodríguez Zapatero inauguró el 41º Congreso del PSOE haciendo un llamamiento a sus compañeros de partido a «no quejarse, trabajar y ganar». Y remató su reclamo con un ferviente «la lealtad debe ser la regla en el PSOE». No era una frase vacía, ni fue pronunciada en el vacío. Zapatero estaba lejos de ser un entusiasta de Pedro Sánchez cuando el actual presidente compitió contra Susana Díaz por la secretaría general del PSOE. Zapatero hizo todo lo que pudo para evitar que Sánchez ganara, pero ganó. Ahora, sin embargo, no hay salsa sanchista que no esté aderezada por Zapatero.

El congreso socialista ha sido una muestra de lealtad ilimitada hacia el líder que ha sido capaz de mantener al partido en el poder, incluso perdiendo elecciones (desde que Sánchez se hizo cargo del PSOE en 2014, solo ha ganado las elecciones de 2019; las demás las ha perdido). Pero, dadas las circunstancias, ahora se considera que ganar es gobernar, sin importar el coste de la operación.

La lealtad es un elemento determinante en toda actividad humana, si se aspira a que una tarea colectiva alcance sus objetivos. Pero la lealtad ciega y acrítica suele provocar desajustes y, en ocasiones, deriva en finales infelices. Y en España ya tenemos una larga experiencia sobre los finales infelices de presidentes anteriores, atrapados en una maraña de casos de corrupción, mientras dentro de sus partidos se promovía una lealtad canina.

Más allá de los fastos congresuales y del exacerbado patriotismo de partido, Moncloa tiene un serio problema: no controla la agenda política. Es decir, el debate público no es el que interesa al Gobierno, sino el que lo acorrala. Siendo así, mantener una lealtad cerril nos recuerda aquel cartel que alguien colgó en el East End, barrio londinense desfavorecido y con fama de peligroso en 1935, cuando pasó por allí la comitiva real de Jorge V, que celebraba sus veinticinco años en el trono. Con sorna, un ingenioso autor anónimo escribió: «Pésimos, pero leales».

Es la duda eterna: si la lealtad consiste en aplaudir y no cuestionar, o en aplaudir sin dejar de cuestionar.