Mirando la calle
Mario y el amor
«Una última canción escrita por un inigualable escritor, que, como todos los grandes, ni pudo ni supo crear sin amor»
Cuando hace unos años escribí mi ensayo «Lo que la primavera hace con los cerezos» sobre la relación del amor y el desamor con la creación, estuve tentada a incluir a un gran escritor vivo, marcado por sus pasiones amorosas: Mario Vargas Llosa. Finalmente lo desestimé, porque, aunque su biografía respondía a la perfección a lo que yo intentaba demostrar en mi libro, siempre pensé que la historia y la literatura requerían de cierta perspectiva y que para contar lo que acontece en el momento ya está el periodismo. El lunes, tras la muerte de Mario, inevitablemente, además de recordar su personalísima escritura y esa prosa tuya tan hipnótica, se me vinieron a la cabeza las grandes pasiones que marcaron su literatura. Sin escarbar en sus devaneos clandestinos, innumerables según la leyenda, recordé la huella de un primer amor suyo, adolescente, hacia su tía Julia Urquidi, que acabó en boda y en novela: «La tía Julia y el escribidor». Cuentan que ella, 13 años mayor que él, fue fundamental para que se convirtiera en el magnífico escritor de «La ciudad y los perros». Sin embargo, para seguir creciendo en las letras, Vargas Llosa necesitaba renovar su pasión; y lo propició la aparición de su prima carnal en la escena, que no tardó mucho en ocupar el lugar de su tía y esposa de Mario, quien, despechada, escribió el suculento: «Lo que Varguitas no dijo». Dio igual, porque Patricia Llosa se había enamorado tan locamente de su primo Mario, que acabó consintiendo en ser la primera... de una presunta multitud de amores, que ella toleró durante años, según llegó a confesar, a cambio de la lealtad de su amado. Así hubiera podido continuar toda la vida, pero se cruzó en el camino Isabel Preysler, con quien Vargas Llosa tenía una asignatura pendiente y su amor saltó al escaparate del papel couché, durante los ocho años que duró. A decir verdad, no fue su etapa más fructífera, pero como finalmente terminó y, tras ella, Mario regresó a los brazos serenos de Patricia, seguramente la ruptura le sirvió para inocular cierta melancolía a su última obra de ficción, esa novela musical titulada: «Le dedico mi silencio». Una última canción escrita por un inigualable escritor, que, como todos los grandes, ni pudo ni supo crear sin amor. D. E. P.