Tribuna
Más odio encerraba Breda
El odio político se ha instalado, me temo que para quedarse, cuando más que nunca necesitamos actuar unidos ante los riesgos que nos llegan con los nuevos tiempos
Sí, porque Breda en el siglo XVII acumulaba guerras, epidemias, traiciones, odios. Había cambiado de mano cuatro veces en la larga Guerra de Flandes. En ella, más de 2.000 nobles flamencos habían reclamado a la gobernadora de los Países Bajos, Margarita de Parma, la supresión del Edicto de 1564 que restablecía la Inquisición y abolía la libertad de cultos. Tras la Tregua de los Doce Años (1609-1621), fue sitiada por tropas españolas en agosto de 1624 y rendida «por hambre y fuego artillero» en mayo de 1625, tras nueve meses de duro sitio. La recuperaría nuevamente para la Casa de Orange, el estatúder Federico Enrique en 1637.
A los 400 años de aquella conquista, volvemos a fijarnos en testimonios de la época como fueron los del soldado Calderón de la Barca (1) o Velázquez que la inmortalizó brillantemente en uno de los doce lienzos con que se decoró el Salón de Reinos. El tema de la rendición ha sido ampliamente tratado en trabajos históricos, en la literatura y actualmente, recordando los cuatro siglos transcurridos, en exposiciones, seminarios, prensa e informativos.
No pretendo introducirme en aquella guerra y en aquel lugar que enfrentaba a 34.600 sitiadores (según Calderón) a 14.000 sitiados, a los que intentarían unirse otros 6.000 de Ernesto de Mansfeld y 2.000 daneses de Steslaje Vantc. Pienso en los más de 50.000 seres humanos, incluida la sufrida población civil de la ciudad: fallecidos, heridos, enfermos, epidemias, miedos, hambre, traiciones, trabajos a destajo construyendo y destruyendo esclusas, anegando espacios. Bajo un fondo de divergencias religiosas, indiscutibles luchas por el poder, que conllevaron generalizados odios imposibles de cuantificar.
No obstante, quedaron espacios para que el «mensaje de la clemencia fuese más positivo que el de la crueldad» y para la cortesía, plasmada en la forma en que los vencedores trataron a los vencidos. Escribirá Calderón:
«Honrar al vencido es/una acción que dignamente/el que es noble vencedor/al que es vencido le debe».
Velázquez a su vez, nos representa a un vencido Justino de Nassau, coleto, casaca, chaleco de piel, sombrero chambergo en mano, entregando con ademán de arrodillarse, las llaves de Breda al vencedor Ambrosio Spínola, armadura, valona de encaje, botas, banda roja y bengala, que tendiendo mano amiga sobre el hombro del vencido, impide el gesto de sumisión.
Bien sé que tanto pintores como poetas de cámara «contaban y cantaban las glorias de su rey» con mensajes positivos. Como sé que España más que una victoria, buscaba consolidar la paz en Flandes, aunque fuese por la sencilla razón de que no podía atender tantos frentes. Además, aquellas guerras tenían «idas y vueltas»: Spínola había sufrido un duro revés en julio de 1622 en Bergen op Zoom. Pero está más que constatado, que el gesto existió. Los términos de la rendición que se firmarían el 5 de junio, contemplaban que la guarnición vencida saliese de la ciudad portando sus armas con «las mechas encendidas» y en formaciones normales «de la gente de guerra» con sus mandos y banderas al frente.
¿Adónde voy, querido lector?
Tengo claro que la situación política en España está más próxima a aquellos odios entre católicos, luteranos y calvinistas de la Guerra de los Treinta Años que a cualquiera de las paces y treguas que se firmaron durante el siglo XVII. El odio político se ha instalado, me temo que para quedarse, cuando más que nunca necesitamos actuar unidos ante los riesgos que nos llegan con los nuevos tiempos. No imagino cómo describiría Calderón una sesión de control en nuestro Congreso donde se entrecruzan insultos y se adoptan actitudes más propias de sectas que de instituciones. Ni cómo Velázquez representaría el gesto del vencedor de unas elecciones hacia el vencido, cuando hoy impera la prepotencia, el orgullo mal digerido, la mala educación. Ni siquiera suponen que, como en Breda, las victorias y derrotas son de ida y vuelta.
Ya me gustaría tener la clave para que unos y otros alguna vez se hablasen con respeto; que se pusiesen en la piel del contrario; que los diputados dejasen de ser esclavos de su formación y pudiesen votar en conciencia; que priorizasen la gestión del bien común –pandemia, Dana, apagón, nucleares, trenes, emigración, vivienda– al interés particular de su grupo. Bien sé que modificar una Ley Electoral para que siete votos separatistas no nos esclavicen a todos, consensuar un Plan Hidrológico nacional o afrontar la integración común de las fuentes de energía es soñar. Pero como sociedad tenemos derecho a exigirlo, porque vamos directos al precipicio.
¡Ya son demasiadas las pruebas gestionadas con odio en lugar de serlo con eficiencia!
¡Más odio encerraba Breda y fueron capaces de respetarse!
(1) «El sitio de Breda»
Luis Alejandre Sinteses general (r). Academia de las Artes y Ciencias Militares.