El canto del cuco

Sobre la muerte del PSOE

Dentro del partido se ha sofocado la capacidad crítica. Rige la sumisión, los aplausos y los saltitos de alegría de los instalados

El clima dominante entre los socialistas históricos es de perplejidad. Por un lado ven con agrado que su partido, contra todo pronóstico, aspire a mantenerse en el poder. Por otro, temen que el precio a pagar por ello sea demasiado alto. Los más críticos se muestran convencidos de que la permanencia, el afianzamiento, del «sanchismo», cada vez más personalista e incontrolable, lleva al PSOE a su liquidación. Lo que Sánchez maneja, traspasando todas las líneas rojas establecidas en congresos y convenciones, es otra cosa. Tiene poco que ver con el partido centenario. Como ha escrito aquí Tomás Gómez, Pedro Sánchez ya no lidera al PSOE; se ha convertido en el administrador de los intereses del «bloque de la investidura»: Bildu, ERC, Junts, Sumar y PNV. Él es el líder de un movimiento periférico disgregador, que le sirve para seguir disfrutando del poder, que es su máxima aspiración.

Todavía quedan socialistas decentes que no se resignan a que el fin justifique los medios. Son los que ven en la posibilidad de un nuevo mandato del «sanchismo» la muerte anunciada del PSOE. Temen que corra parecida suerte a lo ocurrido en Italia, en Grecia y en Francia. Observando el caso francés, el comportamiento político de Sánchez, desde su alianza con la extrema izquierda, se parece más a Jean-Luc Mélenchon y su «Francia Insumisa» que a Felipe González y al PSOE que renació en Suresnes y tuvo un papel decisivo en la transición democrática, la consolidación constitucional y el progreso de España. No es extraño que muchos antiguos dirigentes no se reconozcan en esta deriva del socialismo sanchista ni en sus pactos con separatistas y comunistas, impensables antes.

Dentro del partido se ha sofocado la capacidad crítica. Rige la sumisión, los aplausos y los saltitos de alegría de los instalados. Por eso no se discute la posibilidad de dejar gobernar al partido que ha ganado las elecciones. Mucho menos se permite abrir un debate interno sobre la oportunidad y el coste de las alianzas. Por supuesto, se acusa de tránsfugas a los que se les ocurra votar en conciencia a la hora de la investidura sin someterse al mandato imperativo del partido, como exige la Constitución y ocurre habitualmente en cualquier Parlamento –Gran Bretaña, Estados Unidos...– de larga tradición democrática. No hay que esperar que aquí ocurra nada parecido. No habrá unos cuantos socialistas dignos que impidan con su voto la muerte del PSOE a manos del «sanchismo». Sánchez se ha ido de vacaciones, provocativamente, a los dominios del rey de Marruecos y lo ha dejado todo atado y bien atado.