Tribuna

Naciones Unidas y Europa

Europa necesita recuperar su peso político y necesariamente militar. También la ONU su prestigio, sometida a una burocracia que la ahoga

Naciones Unidas y Europa
Naciones Unidas y EuropaBarrio

Inauguraba Josep Borrell el curso en una Fundación menorquina (1) con título sugerente: «La UE en el actual contexto geopolítico», imagino diseñado cuando aún no se había desbordado en la calle la tragedia de Gaza, latente sin grandes cambios, la de Ucrania. Con su buen bagaje de político experimentado, amplio sentido de Estado –innecesarias concesiones sobre asuntos internos del Gobierno actual–, trazó una completa visión actual de nuestro mundo, la consolidación de potencias emergentes, los actuales riesgos, amenazas y tendencias; todo muy bien apoyado en gráficos y estadísticas, una de las positivas características del CIDOB (2) barcelonés que ahora preside.

Bien sé que el tema de la conferencia se centraba en Europa. Pero aparecieron repetidamente China como potencia económica y militar, la Norteamérica de Trump, la Europa actual más sumisa al anterior que la de Merkel y lógicamente Israel, un país geográficamente no europeo, pero que indiscutiblemente forma parte de nuestro mundo. Cuando repetidas veces se mencionaron las palabras paz, agresión, genocidio, masacre y Derechos Humanos, no citó Borrell una sola vez, la palabra Naciones Unidas. En mi opinión, omisión preocupante.

Es decir, que un hombre que ha asumido grandes responsabilidades en España y sobre todo en Europa, que ve cómo se viola la paz en nuestro entorno y –como dijo– en otros 51 países, no confía ni se refiere a Naciones Unidas como necesaria mediadora o gestora de paz, cuando la Carta de 1945 le confiere incluso la potestad de imponerla. Ni siquiera se preguntó Borrell, como lo hizo Gustavo de Arístegui en estas páginas (3), si su «reforma era impostergable» o asumíamos su «decadencia irreversible». Su propio CIDOB recuerda frecuentemente las cifras: hemos pasado de los 51 países que firmaron la Carta en 1945 (Ucrania entre ellos) a 193 miembros; de 2.000 millones de habitantes a 8.200. Han surgido otras potencias nucleares –Irán, Corea del Norte, India, Pakistán– además de las cinco que ocupan plazas permanentes en el Consejo de Seguridad.

El propio Secretario General António Guterres admite que en este mundo que define como «distinto, imprevisible, multipolar y volátil», el sistema de Naciones Unidas «no está preparado para gobernarlo» y que los principios de la Carta fundacional «están bajo asedio», cuando «naciones soberanas han sido invadidas, el hambre es utilizada como arma, la verdad silenciada», subrayando una vez más que las NN.UU. «no son un lugar para reunirse, sino una brújula moral, una fuerza para el mantenimiento de la paz». Si tan bien lo sabe Guterres, si no sabe arriesgar como Hammarskjöld, si no puede pilotar su imprescindible cambio, debe dimitir.

Nadie discute que Europa y las NN.UU. han representado el punto culminante del multilateralismo, que implicaba para cada estado tener en cuenta las posturas y opiniones colectivas y los efectos de sus decisiones sobre los demás. Las dos organizaciones comparten valores sobre los que se asentó la política internacional hasta finales del pasado siglo. Hoy el compromiso de la UE hacia el sistema multilateral de la ONU, es innegable. Es su máximo contribuyente tanto en las Misiones de Paz como para sus Agencias. Pero no tiene voto en el Consejo de Seguridad, que una Francia celosa, retiene contra viento y marea. Tan solo tiene consideración de Observador Privilegiado en su Asamblea General. Aun reconociendo que la política europea ante las NN.UU. está bien cohesionada, no tiene la fuerza que necesitaría, cuando tampoco ella está libre de problemas internos como que se ha puesto de manifiesto con las ayudas a Ucrania (vetos de Hungría y la República Checa).

Las dos organizaciones se encuentran en proceso de reflexión, cuando ambas coinciden en la necesidad de crear un mundo multilateral, donde prevalezcan el respeto por el estado de derecho y la cooperación, para abordar los conflictos, sin descuidar un sistema ágil de intervención en fuerza que lo apoye en caso necesario. Europa necesita recuperar su peso político y necesariamente militar. También la ONU su prestigio, sometida a una burocracia que la ahoga –de los evaluados 70.000 millones de dólares de todas sus estructuras, un 50% se funde en gastos de administración–, excesivamente dependiente de la administración norteamericana –que niega visados de entrada– con una sede descentrada del mundo actual, que mira cada día más hacia Oriente. Quizás sería el momento de aprovechar su reforma buscando incluso un nuevo emplazamiento –¿Manila, Sidney?– «aproximándola» al previsible nuevo centro de gravedad de la política internacional. También sería el momento de remodelar su Consejo de Seguridad, trasvasando decisiones y mayores responsabilidades a su Asamblea General, su motor de multilateralidad.

Matrimonio de conveniencia: Europa y la ONU se necesitan, y el mundo las necesita unidas. ¿La alternativa?: La actual «ley de la selva» como la llama el gobierno chino.

(1) Fundación Rubió. Viernes 3.X.25.

(2) Centro de Información y Documentación de Barcelona.

(3) Domingo 28.IX.25

Luis Alejandre Sintes, es general (r). Academia de las Artes y Ciencias Militares.