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Aunque moleste

Nadie gana en una guerra

La escalada del conflicto no parece interesar a nadie en estos momentos

Zozobra el mundo tras el ataque norteamericano a instalaciones nucleares iraníes. No quiere Trump ir más allá de esta «operación de castigo», y tampoco da la impresión de que el régimen de los ayatolás esté por escalar pese al intento de Netanyahu de desencadenar una invasión para derrocar al régimen teocrático. La Cúpula de Hierro se ha visto superada en diferentes momentos por los misiles Khaibar hipersónicos de Teherán, provocando daños en Haifa y Tel Aviv, lo que genera no pocos problemas internos al caudillo israelí. En tales circunstancias, la escalada del conflicto no parece interesar a nadie ahora, si bien es una situación tan delicada que cualquier error puede ocasionar un problema mayor. De ahí la llamada del Papa a «detener la tragedia de esta guerra, antes de que se convierta en un desastre irreparable».

El teólogo católico iraquí Raad Salam, afincado en España, se vio obligado a participar como soldado de reemplazo, durante 14 años, en las contiendas bélicas de Irán contra Irak, en la invasión de Kuwait y en La Tormenta del Desierto. Dice Raad: «El Irán de los ayatolas es una amenaza planetaria, eje del mal para toda Mesopotamia y una plaga peligrosa y contagiosa», pero afirma también que «aunque mucha gente se atreve hablar de la guerra sin conocerla, lo peor que le puede pasar a un ser humano es vivir una guerra». Porque «no hay ángeles ni demonios, ni malos ni buenos, ni vencedores ni vencidos, en la guerra. Los únicos beneficiados son los líderes políticos y los traficantes de armas; y los perdedores, el pueblo de ambos lados de la guerra».

Raad Salam recuerda cómo logró sobrevivir a «la masacre de la autopista de la muerte», en la mañana del 27 de febrero de 1991, cuando formaba parte del ejército de Sadam Hussein como personal de reemplazo: «Aquella mañana, nos comunicaron la retirada de Kuwait en respuesta a la resolución 660 de la ONU. Bush padre ordenó que rodearan a las tropas iraquíes con una orden clara: que no regresara vivo ni un solo soldado o civil. Fuimos bombardeados por docenas de aviones de combate cuando volvíamos por la carretera. Más de dos mil vehículos fueron destruidos y 80 mil soldados murieron en unas horas. Entre las víctimas, familias enteras, mujeres, ancianos, niños que se retiraban con el ejército iraquí. Los americanos mataron a soldados y civiles pese al anuncio de alto el fuego con garantía de la ONU, que participó en el crimen engañando a Irak. Gracias a Dios yo sobreviví escondiéndome entre los miles de cadáveres extendidos en el camino hacia la muerte».

Sí, el causante de aquella guerra fue Sadam Hussein, responsable de la invasión de Kuwait. Pero Bush padre no tuvo compasión con las decenas de familias inocentes, mujeres, ancianos y niños que, amparadas por la «protección» de la ONU, huían junto al convoy militar. Quien intentaba rendirse, moría. Se usaron proyectiles de fósforo blanco y bombas guiadas por láser. Washington llamó a aquello una «victoria». En realidad, esa acción fue un crimen de guerra nunca juzgado. Por eso cobran tanta importancia las palabras del domingo del Papa León XIV cuando dijo que «ninguna victoria armada puede compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños y el futuro robado» a miles de personas.