Quisicosas

Okupas contra diskapacitados

La lista de imprecaciones e insultos fue larga por parte de la okupa y del piso salían los ladridos de una jauría de perros que habían sustituido a los cuatro enfermos

Las voces se oían más allá del rellano. María Teresa Oñate es una mujer frágil y elegante, que ya pasó los setenta, pero hace mucho que dejó el miedo atrás. Una madre de un hijo con trastorno mental TLP aprende a superar el dolor y el temor, así que Teresa voceaba con la okupa y siguió haciéndolo hasta que una vecina le advirtió de que había otros doce o catorce en el piso superior, amigos de ésta, y que corría el peligro de verse agredida. Entonces enfiló hacia la comisaría. «Allí me dijeron que no podían hacer nada y que debíamos seguir pagando el agua y la luz de los okupas».

Es imposible hacer un «ranking» de la discapacidad, como es imposible hacerlo de la desgracia, pero en la lista de las dolencias psíquicas el Trastorno límite de la personalidad (TLP) compite por el primer puesto, porque los enfermos destruyen familias enteras y acaban a menudo en la cárcel. Su dolor es disruptivo y su inadaptación social, radical. Una de las tremendas preguntas de los padres es ¿dónde metemos a nuestros hijos? Son demasiado listos para el hospital psiquiátrico, anti normativos en las residencias, incapaces de vivir solos. Las asociaciones sueñan con un espacio propio, un «Hospital TLP» que nadie ha podido alcanzar aún. Por eso, para Amai TLP, la asociación que preside Teresa Oñate, fue un logro conseguir aquel piso del Ivima, un alquiler en Madrid, en el Paseo del 15 de mayo, que les permitió alojar cuatro enfermos con ánimo de enseñarles la vida autónoma. «Era amplio y luminoso, con dos baños y cuatro habitaciones, lo amueblamos entero con ayuda de los padres y empezamos el proyecto. En verano, sacamos momentáneamente a los chicos y yo llegué aquella mañana de septiembre para ponerlo de nuevo a punto. Me abre la puerta una señora que explica que aquello es suyo y me conmina a marcharme». La lista de imprecaciones e insultos fue larga por parte de la okupa y del piso salían los ladridos de una jauría de perros que habían sustituido a los cuatro enfermos, cuyas ropas y enseres seguían dentro. «De nada sirvió explicárselo. No tienen piedad. Lo más sorprendente es que se refería a “su casa” con total convicción». Los enfermos se quedaron en la calle. La «okupación» es más que un acto vandálico o un simple delito, es una ideología anticapitalista que «empodera» a unas personas para quitarles sus bienes a otras. Dos años después, Amai ha recibido un nuevo piso, en peor lugar y más pequeño, también del Ivima. El otro, sigue okupado. Y a los diskapacitados, que les den.