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Apuntes

Óscar López, la demagogia hecha ministro

El buenismo reparte dinero a manos llenas en el mundo de la Trata

En España, americanistas, lo que se dice americanistas, quedamos cuatro, y uno de ellos es Isabel Díaz Ayuso. Así que se equivoca Óscar López, el ministro para la Transformación Digital y Función Pública y uno de esos españoles, me parece, que no sabe distinguir entre Comayagua y Comayagüela y que llama Río Grande al Bravo del Norte. Porque es ontológicamente imposible que una persona como la presidenta madrileña que cree en la fraternidad a ambos lados del Atlántico y que entiende perfectamente que nuestros hermanos inmigrados de América, inabarcable crisol de pueblos y culturas, reviven en España, tal vez sin darse cuenta cabal, el modo de vida de sus padres y abuelos, ese en el que se podía salir a pasear por la calle y enviar a los niños solos al colegio sin temor a un asalto, sea una «racista pura», como dice el señor López -29 años de sueldos públicos os contemplan- en un ejercicio de demagogia realmente impresionante. Pues no. Lo que ocurre es que nuestra Ayuso, que se encarga de gestionar el discurrir de la vida de los madrileños, de todos los madrileños, tiene los datos en la mano y sabe perfectamente que, en estos momentos, los centros de acogida de menores extranjeros no acompañados están muy por encima del 130 por ciento de su capacidad -Madrid ya ha acogido a 1.331 de estos chavales en lo que va de año- y supone que la situación va a seguir agravándose, dada la actuación de un gobierno como el que preside Pedro Sánchez y del que forma parte el señor López, que se limita a verlas venir en materia de emigración irregular. Y en algún momento hay que poner pie en pared, más si el señorito juega con el reparto de menores para asegurarse el favor de sus socios nacionalistas de investidura, endosándoselos a las «comunidades traidoras», es decir, las que no le votan con el debido número y con el debido entusiasmo. Pero la realidad es tozuda y por más ejercicios malabares que hagan en La Moncloa lo cierto es que no sólo el Gobierno es incapaz de ejercer un mínimo control de nuestras fronteras, sino que se dedica a alimentar el tráfico de irregulares por el lindo y progresista procedimiento de repartir a manos llenas el dinero público en el proceloso mundo de la inmigración irregular, que es un negocio, ya se lo digo yo, que cuando Gadafi intentó ponerle trabas para cumplir con sus nuevos acuerdos con la UE y salir del ostracismo político y comercial, los de Bengasi, que era el centro de la Trata, le organizaron una revuelta para quitárselo de en medio. Lo ha entendido bien la Meloni, con sus campos de concentración extraterritoriales, que no tienen otra función que, bajo la amenaza, redirigir el tráfico hacia costas más amables, que en estos momentos son las españolas, como puede constatar cualquiera que se tumbe a tomar el sol en una playa de las Baleares o le dé por pasear por el malecón de Ceuta. Hasta hace unos pocos años la cosa nos iba medianamente bien porque la mayoría de los emigrantes que venían de África, Oriente Próximo o Asia lo que buscaban era entrar en territorio Schengen y seguir camino hacia Francia y Reino Unido, pero los gabachos se han cansado y nos los devuelven en caliente.