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Editorial

La OTAN no es Feijóo, señor presidente

Otra cuestión, no descartable, es que al jefe del Ejecutivo le interese menos el futuro de la OTAN que el suyo propio. En este caso, Sánchez está actuando como cabía esperar para contentar a sus socios. Adalid contra Trump y azote de Israel

Se nos disculpará si señalamos algo que nos parece evidente, y es que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, está gestionando el incremento del gasto de Defensa como si fuera un asunto exclusivamente de política doméstica, es decir, cortoplacista y en clave amigo-enemigo, en lugar de considerar que hablamos de los compromisos exteriores de España en el seno de la principal alianza militar que ha conocido el mundo, donde la proyección estratégica se mide en décadas y los programas de armamento suelen culminarse con otros gobernantes en el poder. Así, sólo desde la voluntad de evitar por cualquier medio la alternancia política explicaría el empeño del inquilino de La Moncloa en convertir la cumbre de La Haya en un nuevo campo embarrado para contender con la oposición del Partido Popular. Pero ni Rutte ni Trump son Alberto Núñez Feijóo ni, sobre todo, nuestros aliados manejan los arcanos de las tácticas sanchistas, siempre en el equilibrio inestable entre sus socios gubernamentales de extrema izquierda –los de «OTAN no, bases fuera»– y los intereses nacionales que debe atender un país con la posición estratégica de España. Con un problema añadido, que el Pedro Sánchez maniobrero que ya no nos sorprende se revela como poco fiable para unos compañeros de alianza que, por supuesto, también tienen que lidiar con unos presupuestos siempre escasos y una opinión pública poco proclive a justificar excepciones a la solidaridad que se exige a todos. Esto no significa que el Gobierno no esté en su derecho a la hora de plantear las propias dificultades económicas para sostener un proceso acelerado de rearme, mucho más cuando ni siquiera existe la certeza sobre qué tipo de materiales, qué sistema de armas, van a ser necesarios en un campo de batalla dominado por unas tecnologías de la información y las comunicaciones tácticas a niveles nunca vistos y cuya carencia, como se ha visto en Irán, deja inerme a cualquier potencia armada convencionalmente. Es decir, Sánchez podía haber planteado plazos más largos para llegar al objetivo de gasto acordado por la OTAN, como han hecho otros socios. El problema estriba en los métodos trapisondistas de nuestro presidente, con su rosario de cambios de opinión y verdades a medias, pero, también, en su empecinamiento en mantener el desencuentro con la oposición para ganar puntos frente a su parroquia más sectaria. Y sin embargo, si algo precisa del mayor consenso político y técnico es la política de rearme de un país. Porque ni las armas modernas se improvisan ni el primer contacto con el enemigo admite errores. Otra cuestión, no descartable, es que al jefe del Ejecutivo le interese menos el futuro de la OTAN que el suyo propio. En este caso, Sánchez está actuando como cabía esperar para contentar a sus socios. Adalid contra Trump y azote de Israel.