El buen salvaje

Perreando

Vivimos la época de la neolengua en el que el verdadero perreo es el invento de palabros o el uso partidista del lenguaje

Llevábamos tiempo perreando, el que perree, y se seguirá haciendo, pero ahora sin faltas de ortografía, sin tener que entrecomillar o poner en cursiva, que quedaba más ordinario como si perrear fuera algo furtivo y malo. El perreo se hace oficial cuando el reguetón empieza a decaer. Que una palabra entre en la RAE le da un estatus y una categoría que ya se encargarán los escritores, que son los malabaristas, de dar brillo, como lo de jodido y jodiendo que decían de don Camilo José Cela. A partir de ahora perreando la vida va pasando.

Cuando la Academia admite un nuevo vocabulario sale de la turbamulta para entrar, por mal que suene la palabra, en una suerte de frontispicio artistocrático donde ya puede pasearse sin que nadie moleste. Nos llama la atención como si realmente fuéramos a hacer caso de las recomendaciones cuando llevamos tiempo empleando big data, un poner. Está bien, no obstante, que los académicos nos fijen lo que se puede y no se puede decir. Vivimos la época de la neolengua en el que el verdadero perreo es el invento de palabros o el uso partidista del lenguaje. Se ha convertido en un arma que dispara con más fuerza que algunas bombas. Las llamadas guerras culturales alimentan a las miembras y otros disparates que un político osa poner sobre una mesa infantil donde parece que se reparten letras al estilo infantil para aprender el abecedario.

La Academia nos aclara en esta entrega algunas palabras relacionadas con el sexo o la concepción del cuerpo en cuanto al género, he ahí binario. Tal vez sea el campo semántico en el que más veces hemos entrado en un laberinto sin saber muy bien por dónde estaba la salida, si por delante o por detrás. Desde el tiempo de la explosión del porno en los años setenta no se habían añadido tanto sexting. El sexo, al cabo, es sano, lo de mortificar palabras es otra cosa, eso es meterse en el diccionario para hacer mala política o mala literatura, he ahí las metáforas de Óscar Puente, el próximo Cervantes.