El buen salvaje
Los pinkies
El pasado lunes, sin ir más lejos, noté que un joven llevaba unos pinkies con unos zapatos Oxford
Vamos a ponernos serios. Todo lo que ocurrió ayer me pareció de una absoluta frivolidad, nada que me apeara de la idea fuerza con la que empecé el día: «Hay que acabar con los pinkies», me dije. Esos calcetines que apenas cubren el pie, usados en teoría para aislar los olores que desprende el pinrel del calzado, por algo tiene en queso su explicativo sinónimo, son una muestra más de lo cerca que está nuestra civilización de extinguirse. Empezaron a usarse con zapatillas deportivas y con pantalones cortos por lo que no molestaban en demasía ya que el «look» total era un desastre. Era mayor la tragedia de cuerpo entero que el detalle de ese trozo de algodón que parece pedir ayuda para hundirse y que no se note. ¡Pero se ven, siempre se ven! Los pinkies son espías malos, una manta escasa, unos guantes que no pegan. Pensaba que el tiempo mejoraría el ingenio, así pasó cuando las señoras llevaban calcetines que simulaban medias, y que solo se descubrían si la falda se acortaba demasiado. No ha sido así.
No solo se ha universalizado su uso sino que ya no se limita al momento deportivo. El pasado lunes, sin ir más lejos, noté que un joven llevaba unos pinkies con unos zapatos Oxford, los clásicos de cordones, que lo mismo se llevan con unos pantalones chinos, más bien en color marrón, que en una boda, preferiblemente en negro. Entonces supe que aquel horror solo tenía parangón con los calcetines Ejecutivo que llevaban los «marios condes» en los años noventa y que, aunque era tarde para presentar una candidatura a las Europeas, al menos debería dedicar unas líneas a este asunto tan trascendente.
Sé que la batalla está perdida, que los pecadores que rezan a sus pies cada día lo seguirán haciendo, porque el mal gusto siempre domina la mente humana hasta zaherirla de tal manera que confunde pinkies con calcetines largos de hilo de Escocia. Se da por bueno lo que la mayoría consume. Los pinkies son lo que un tanga a un bóxer. Es lo que me viene a la cabeza. Un hilo entre las nalgas. Y lo que es peor, nadie les dice que el emperador va desnudo.
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