Quisicosas
La porquería que nos endiñan
Hay una caridad palpable en fabricar con responsabilidad, comprar lo justo y con criterio, tirar lo menos posible y reciclar.
España genera cien millones de toneladas anuales de basura. Es inabarcable el impacto ecológico del estiércol mundial de una civilización especializada en generar residuos de la electrónica, la química o la industria de transformación. Me pregunto si, en caso de desaparecer la humanidad, el globo sería capaz de asimilarlos, nunca se sabe. Tal vez es sólo una delgada capa frente a la magnitud terrestre, un cendal que bacterias evolucionadas podrían fagocitar hasta recrear un paraíso nítido. ¿Dónde quedan las basuras del imperio romano o la civilización egipcia? Son milenios de sandalias de cuero, togas de lana, alfarería, armas de forja, afeites, cinceles. Nos cuesta encontrar vasijas para nuestros museos y pegamos minuciosamente lo que hallamos. La naturaleza parece tener una asombrosa capacidad de reciclaje. De hecho, las basuras han contaminado siempre, no hace tanto que se determinó que Beethoven murió por una intoxicación plúmbea, del pescado del río cercano. Claro que las magnitudes son incomparables desde que los pesticidas químicos, los derivados del petróleo, los fármacos masivos se han incorporado a nuestras vidas. Pedro Garrido, comandante del Seprona de la Guardia Civil, me ha descubierto el suculento negocio del tráfico de basuras. Está estipulado que cada país europeo recicle y entierre las suyas, pero es cinco veces más caro en Italia o en Francia que en España, por eso han surgido mafias de tráfico que cobran de su país por tratar residuos y colocan luego su porquería en el nuestro. Los vertederos ilegales españoles contienen los restos italianos o franceses, que nos llegan por camión o por contenedores marinos. También las empresas legales cobran bajo cuerda por comprar estas inmundicias. El último alijo detectado por la Guardia Civil son 120.000 toneladas de basura italiana contratada irregularmente por negocios homologados.
Lo nuestro es nada comparado con el tráfico internacional, que incluye despojos peligrosos que se derraman y amontonan sin más en mitad de la naturaleza en Asia o África, donde los químicos contaminan las capas freáticas y llegan a los ríos. Los criminales los desplazan con documentación falsa, bajo el pretexto de reciclarlos. Esta hez final del capitalismo, esta caca del mundo, engalana a los más pobres, pero no deja de destruir la casa de todos. Cuando el papa Francisco denunciaba estos males no se refería a una manía de ricos o un deseo cosmético de conservar paisajes para esquiar mejor, sino al bienestar de millones de personas que pagan con intoxicaciones y enfermedades el exceso y ven cómo sus entornos se degradan. Hay una caridad palpable en fabricar con responsabilidad, comprar lo justo y con criterio, tirar lo menos posible y reciclar.