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El canto del cuco

La primera Nochebuena

La tradición más antigua dice que se instalaron en una cueva. Ese tipo de grutas abundan en Palestina. Las colinas de Belén están horadadas de ellas. Servían de establo y refugio para los rebaños. Allí encontrarían ellos silencio y paz. Y allí sucedió el prodigio.

Lo que ocurrió aquella noche fue el mayor prodigio que ha sucedido en la Tierra: Dios se encarnó en un niño y nació en una cueva, en Belén de Judea. Sólo se enteraron su madre, su padre y unos pastores que cuidaban sus rebaños en los alrededores. No es seguro que fuera exactamente hace 2024 años. Puede ser unos cuatro o seis años antes o después. El cálculo aproximado lo estableció un monje escita, Dionisio el Exiguo, en el siglo VI, teniendo en cuenta la vida de algunos personaje y hechos históricos que se citan en la crónica evangélica: César Augusto, Herodes, Quirino, Juan el Bautista, el empadronamiento...Tampoco está comprobado que este singular acontecimiento ocurriera el 25 de diciembre. Es sólo una tradición que se fijó hacia el año 350, posiblemente haciendo coincidir simbólicamente el nacimiento del hijo de Dios con el solsticio de invierno, en el que aumenta la luz del sol. Son curiosidades que no afectan nada al hecho histórico.

Otra curiosidad es dónde ocurrió el nacimiento. Sabemos por el relato de San Lucas que María y José, cuando llegaron del largo viaje desde Nazareth, no encontraron sitio en la posada. Se ve que estaba abarrotada. A la entrada de Belén había un vasto edificio donde paraban las caravanas. Tenía poco de confortable. Era un amplio espacio a cielo abierto, cercado por una tapia cuadrada, donde se amontonaban los animales; unos porches de madera donde se cobijaban mal que bien los seres humanos, y unos pocos cuartos minúsculos, excesivamente caros. Con el empadronamiento todo estaba saturado. Carros amontonados, camellos trabados, burros rebuznando, griterío, hedor pestilente a estiércol y grasa caliente, mujeres disputándose un rincón donde guarecerse... Nada más llegar, María se había puesto de parto. No es extraño que José decidiera conducirla a un lugar más tranquilo y apartado.

La tradición más antigua dice que se instalaron en una cueva. San Justino, del siglo II, que conocía bien esos lugares, lo asegura. Ese tipo de grutas abundan en Palestina. Las colinas de Belén están horadadas de ellas. Servían de establo y refugio para los rebaños. Allí encontrarían ellos silencio y paz. Y allí sucedió el prodigio. «Trajo al mundo a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre». María estaba sola en ese trance, ninguna otra mujer la asistió en el parto. Lo del asno y el buey procede del evangelio apócrifo de la Natividad. Más de veinte siglos después, la mayor parte de la humanidad sigue ignorando el nacimiento del niño que partió en dos el curso de la Historia. ¡Feliz Navidad!