Mirando la calle

Pura ignominia

«Los socialistas parecen saber que las palabras en campaña se las lleva el viento»

En la recta final de las elecciones vascas, justo cuando las encuestas diagnostican el magnífico estado de salud de EH Bildu y sus posibilidades de sorpasar al PNV, su candidato a Lendakari, Pello Otxandiano, en una entrevista radiofónica, se niega a calificar a ETA como «grupo terrorista» y lo denomina «grupo armado». Las principales asociaciones de víctimas se rebelan. Consuelo Ordóñez, presidenta de la mayor de ellas, Covite, explica que «no hay eufemismo que oculte la convicción de EH Bildu de que el terrorismo de ETA fue necesario, justo y legítimo» mientras la Fundación Buesa recalca que «ETA fue un grupo terrorista que asesinó, hirió, secuestró, extorsionó y amenazó a miles de ciudadanos». A nadie le extrañan estas declaraciones. Las asociaciones de víctimas nunca han cambiado su perspectiva. Tampoco el PNV lo ha hecho, por lo que parece natural que, en su último debate, el candidato Pradales, cuando Otxandiano le insiste en sus puntos de encuentro, asegure, por ejemplo, que «no está de acuerdo con un programa de Bildu que dice que hay que aumentar 5.000 millones los impuestos a la ciudadanía vasca y que su política económica le parece un despropósito»; lo que sorprende es el discurso repentinamente indignado del PSOE. Su candidato Eneko Andueza dice que «el señor Otxandiano demuestra una vez que es un absoluto cobarde» y subraya que «no vamos a hacer lehendakari a ningún candidato de EH Bildu». La pregunta de todos los españoles es ¿a qué viene este enfado de los socialistas, cuando desde el Gobierno llevan asociados con EH Bildu cinco años, compartiendo y aprobando pactos (incluido el de la Ley de Memoria Democrática, lo que parece pura ironía) y sosteniendo a los abertzales en Pamplona? ¿Esto no es, de nuevo, pura impostura electoralista, que ya utilizaron en sus elecciones perdidas de julio de 2023 y que luego se guardaron en el bolsillo para poder formar Gobierno? Los socialistas parecen saber que las palabras en campaña se las lleva el viento y que si su presidente, cuando convenga, «cambia de opinión» por enésima vez, todos ellos, fieles escuderos, volverán a arroparlo, aunque sea pura ignominia.