
Con su permiso
La que están preparando
Hay un terreno abonado de fragmentación social e ideológica, de hartazgo de una política clásica que no sólo no resuelve los problemas, sino que los agudiza
A Natalia le ha llamado la atención la lista de invitados a la toma de posesión de Donald Trump. La única jefa de gobierno europeo es Giorgia Meloni. El resto de líderes son todos del mismo palo: el español Abascal, el polaco Morawiecki o el británico Nigel Farage. Y así, la lista inacabable de populistas de su banda derecha invitados a una liturgia de alumbramiento de una nueva era en la que el gran oficiante, el Sumo Sacerdote del Nuevo Orden Internacional, Donald Trump, les llama a su lado para hacerles saber que ellos son su capital humano para la Gran Marcha Universal que tornará el malvado globalismo que no ha sido capaz de parar el comunismo pese a la caída de la URSS el siglo pasado, en un concepto nuevo a desarrollar todos juntos, bajo la valiente dirección del sabio contemporáneo Elon Musk. También están los chinos, que está invitado Xi Jinping, pero su papel no es el de alumbrar el nuevo orden -de hecho el brujo Musk ya está buscando la forma de comprar su Tik-Tok, piensan los ingenuos que para detener la influencia china cuando lo que quiere aumentar es la suya y de paso su negocio-; no es esa la baza que quieren darle en la nueva Iglesia Trumpista. La idea es que los chinos hagan también palanca desde un lado, desde otro y desde dentro, para modificar el Orden Mundial actual y recolocar las cosas en sintonía con su pretensión de Nuevo Mundo.
No es Natalia una experta en asuntos internacionales, pero tiene las suficientes lecturas y el grado de intuición necesario para barruntarse que el plan es hacerle la cama a una Europa ya gastada e incapaz de unirse y parir ideas nuevas o algo mínimamente ilusionante. En la misma medida en que los jóvenes de esa que llamamos generación Z pasan del Sistema (con mayúsculas) en países como España o todo el continente europeo, el mundo más allá de las fronteras europeas está cansado de la preeminencia cultural, comercial y social que hasta ahora han tenido Europa y su alianza con Estados Unidos. Y contempla el cambio como una oportunidad. Incierta, por supuesto, pero esperan que a mejor.
Natalia no tiene certezas, sólo estos temores y alguna intuición. Esta idea suya de liturgia del nuevo orden y acuerdo que cambie los papeles en el mundo, se confirmará si nada más llegar al poder Trump consigue parar la guerra en Ucrania al precio de que Zelenski acepte la mayoría de las condiciones que le imponga Putin. Si es así, Europa habrá sido derrotada y se abrirá la primera carretera, ya asfaltada, al Nuevo Orden.
Es solo un ejemplo, una posibilidad. Pero le inquieta.
Natalia leyó en los 90 a Fukuyama anunciando el fin de la Historia. El mundo abrazaba el liberalismo democrático occidental y la paz universal se alumbraba como realidad imparable. La caída de la URSS era la prueba de la victoria.
Pero no. Los problemas no se solucionaron, al contrario. La tierra seguía degenerándose por la presión de actividad humana, las propuestas de solución occidental no prendieron en civilizaciones de tradición islámica y la frustración engrosó las filas de la religión. El mundo no mejoró porque el capitalismo victorioso no supo o no pudo hacerlo. Todo se vino abajo. Y como si fuera una burla, desde el último bastión del comunismo se mejoró y consolidó un capitalismo singular que reubicó las relaciones comerciales en todo el mundo. La China comunista ha ido apartando a los demás del mercado internacional y ahora produce más que nadie, vende casi más que nadie y ha aprendido mejor que nadie a utilizar la tecnología para seguir abriendo mercado e influir.
Para Natalia el problema es que si hasta ahora el concepto de progreso y desarrollo ha ido unido al respeto democrático, en el futuro que tenemos por delante eso ya no va a ser así. El Nuevo Mundo no necesita la democracia teniendo redes sociales y el desarrollo económico no tiene por qué tener en cuenta los derechos democráticos de los ciudadanos ni el marchamo de transparencia de los líderes. De hecho, esa es la lección china.
Hay un terreno abonado de fragmentación social e ideológica, de aceptación de charlatanes salvapatrias, de hartazgo de una política clásica que no sólo no resuelve los problemas, sino que los agudiza con la corrupción y las disputas partidarias.
Si caminamos hacia un orden nuevo en el que los grandes valores se irán diluyendo o esgrimiéndose como discurso pero sin aplicarse, gran parte de la culpa es de los gestores de la cosa pública en Occidente que en las últimas décadas no han sido capaces, en la mayoría de los casos, de salir de las disputas infantiles o las miradas al corto plazo. También de los ciudadanos, que acaso hayamos hecho demasiada dejación de nuestra responsabilidad de vigilar y exigir.
Cree Natalia que la Historia debe leerse con perspectiva. Y parece que aquí nadie o casi nadie lo ha hecho. Bueno, sí, quizá Elon Musk, Jeff Bezos y el tipo ese que se inventó Facebook. Los que mandan, vamos. Los ingenieros de caminos de este nuevo orden que encabeza Trump desde la semana que viene. Ellos sí lo vieron, hace tiempo. Y ahora recogen la cosecha de poder una vez repletas sus despensas del dinero.

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