Los puntos sobre las íes
¡Qué malo es Trump, Alá mío!
En lo que respecta a Oriente Medio el marido de Melania ha impartido una lección de liderazgo
Sólo hay una cosa que me gusta más que ver a la izquierda perder unas elecciones y no es otra que contemplarles reconocer la superioridad moral, intelectual y fáctica de la derecha. En un segundo escalón se halla el gozo que me genera su infinita capacidad para hacer el ridículo, mismamente este miércoles cuando convocaron una huelga general nacional –con dos narices– en protesta por «el genocidio en Gaza», olvidando que la paz está firmada desde el lunes y pactada desde antes del fin de semana. Conviene recordar que este último acto del teatro del absurdo tiene su porqué: esta panda es más vaga que la chaqueta de un guardia y, consecuentemente, siempre se está buscando excusas para no trabajar. Un buen ejemplo de lo primero lo estamos disfrutando estos días con el, sin que sirva de precedente, sincero aplauso del wokismo mundial a Donald Trump por haber logrado él solito una paz en Palestina por la que nadie daba un centavo. Al republicano se le pueden echar en cara algunas cosas, entre otras el no haber parado a tiempo el impresentable en términos democráticos asalto al Capitolio. Y no sé si se le pueden recriminar purgas como la de Jimmy Kimmel en la Abc tras haber insultado vilmente a la memoria de Charlie Kirk, a mí personalmente me suena más a un intento de la cadena de TV por agradar al inquilino del Despacho Oval que de censura gubernamental pura y dura. Pero en lo que respecta a Oriente Medio el marido de Melania ha impartido una lección de liderazgo que no sólo pasará a la historia sino que, además, se estudiará en todas las escuelas de gobernanza. Tan cierto es que el Nobel de la Paz le pone más cachondo que a un tonto un lápiz como que meses antes de asumir la Presidencia por segunda vez ya avanzaba a todo aquel que quería escucharle que una de sus tres grandes prioridades sería finiquitar la guerra en Gaza y la neonazi invasión de Ucrania. Fue tomar posesión en enero y decretarse un alto en fuego en la franja palestina y en suelo ucranio. Duró unos días pero abrió la puerta a la esperanza. Anteayer anunció que se reunirá en Budapest con Adolf Putin para intentar acabar con la «ignominiosa guerra». Y ayer recibió en la Casa Blanca a Volodimir Zelenski. Vamos, que se lo está currando. Tengo meridianamente claro que es el único que puede lograr esta otra paz, éxito que ratificaría que la simplona caracterización que le dibujan la inmensa mayoría de los medios tiene más agujeros que un queso emmental y, por extensión, que los Estados Unidos continúan siendo a Dios gracias los jefes del planeta. Y el sentido común universal le estará eternamente agradecido por prohibir la presencia de trans en competiciones femeninas y por impedir que puedan acceder a baños de mujeres, además de por su implacable persecución a una inmigración ilegal que, dicho sea de paso, constituye un delito. Los estadounidenses no lo reelegirán porque no pueden pero ya le están aplaudiendo a rabiar por haber repatriado cientos de miles de millones de dólares que se deslocalizaron en favor de naciones que producen más barato a cambio de pasarse por el forro de sus caprichos las más elementales leyes laborales. Cosa bien distinta resulta el daño que los aranceles inferirán a Europa en particular y al mundo en general, realidad de la que tampoco albergo duda alguna. El mundillo woke se pensaba que los que no opinamos como ellos éramos gilipollas pero resultó que los gilipollas son ellos. ¡Viva el karma!