Tribuna

Quién le pone el cascabel a Puigdemont

¿Le vale la pena entonces venir y hacerse detener, algo que lleva todos estos años eludiendo, incluso al precio de decepcionar a muchas personas que lo habían apostado todo por él, y perdieron?

Quién le pone el cascabel a Puigdemont
Quién le pone el cascabel a PuigdemontRaúl

¿Y ahora qué? ¿Podemos dar por hecha la formación de un nuevo gobierno en Cataluña, presidido por Salvador Illa, o sigue la guerra de nervios? ¿Cumplirá Carles Puigdemont su promesa (esta vez sí) de volver e intentar reventar la investidura? ¿Es verdad, como dicen que va contando algunos de los suyos, que ya le están acondicionando una celda en Soto del Real?

A los devotos de Puigdemont les gusta comparar su figura con la de Lluís Companys, el presidente de la Generalitat republicana fusilado por el franquismo, con el que, ciertamente, comparte algunos rasgos. Así sea por una trayectoria más errática que reflexiva, porque el cargo (no digamos la declaración de independencia…) le venía grande y porque no hay leyenda, por embellecida que esté, capaz de taparlo todo. Algunos de los que ahora piden el cierre de la comisaría de la Policía Nacional en la Via Laietana de Barcelona por las torturas de la dictadura, corren en cambio un tupido velo sobre el terror desatado bajo la Generalitat de Companys, eliminación física de rivales amorosos incluida.

Un bel morir tutta una vita onora. El endecasílabo de Petrarca le viene a Companys como anillo al dedo. Muchas de las cuentas que históricamente se le podrían pedir quedan eclipsadas por su trágico final. También por un detalle que no todo el mundo recuerda o conoce. Companys fue detenido por la Gestapo en Francia cuando, siendo ya un perseguido –seriamente, como se perseguía en aquellos tiempos–, no tuvo corazón para no despedirse de su hijo Lluís, aquejado de una enfermedad mental. Allí le estaban esperando.

Siempre me he preguntado qué habría pasado si Puigdemont hubiese venido al entierro de su madre, fallecida poco antes del 12M. Sé de otros «exiliados» que corrieron riesgos así y, o no se enteró nadie, o hubo una especie de fair-play. Que a veces no es signo de debilidad sino de inteligencia. El caso es que Puigdemont ahí se abstuvo de emular ni de lejos a Companys. Con lo cual yo creo que está en su derecho de ofenderse, pero no de extrañarse demasiado, cuando cada vez más gente dice que creerá que Puigdemont vuelve cuando lo vea con sus propios ojos.

La votación de las bases de ERC es vinculante y un retorno de película de Puigdemont no la va a cambiar. ¿Le vale la pena entonces venir y hacerse detener, algo que lleva todos estos años eludiendo, incluso al precio de decepcionar a muchas personas que lo habían apostado todo por él, y perdieron? Si vuelve, ¿es para asumir responsabilidades, o sólo para retrasar su propio traslado a la «papelera de la Historia»? Muchos apuntan que la clave de todo es buscarle a Puigdemont una «salida digna». Ya sólo falta definir qué es eso.

Decíamos que la votación de las bases de ERC es vinculante. ¿Es también irreversible? No. Sólo lo será después de que la investidura haya sido aprobada por el Parlamento catalán. Si Puigdemont fuese detenido, supongamos, después y no antes del pleno, sean cuales sean las consecuencias, el pescado del nuevo gobierno ya estaría todo vendido.

A partir de ahora todo va a depender del manejo de los tiempos. El Parlament lo preside un correligionario de Puigdemont, Josep Rull, expreso del procés (uno de los que sí se creyeron aquello de estar al día siguiente en el despacho a la hora de siempre, en vez de dar la espantada), que ahora mismo es el mayor representante institucional de Junts (por no decir el único), que es la segunda autoridad de Cataluña… y que dejaría de serlo si se convocan nuevas elecciones. También fue el único dirigente de ese partido que no tomó la palabra ni subió al estrado en el reciente mitin donde Puigdemont prometió volver para la investidura, «a no ser que un golpe de Estado me lo impida».

Como suele suceder en Cataluña, esto no siempre ni necesariamente va de lo que parece. La vuelta de Puigdemont no es sólo un problema para el PSC y para ERC. Lo es también para cada vez más miembros de su propio partido a los que les gustaría retomar la tradición convergente de hacer política «normal» y volver a las instituciones, y qué decir de un establishment catalán, incluso o sobre todo catalanista, que, lo diga o no lo diga abiertamente, empieza a estar harto de tanto drama para nada. Muy harto. ¿Y si al final fuesen los suyos los que le pidiesen de rodillas a Puigdemont no volver? Se venden cascabeles buenos, bonitos y baratos.

Anna Graues periodista, escritora y exdiputada en el Parlamento catalán.