Quisicosas

El relojito

Los dos fueron parte de una saca de 17 presos el 30 de agosto y fueron fusilados en el Barranco del Chisme, en Vícar. Diego tenía 56 años

Los fondos de las catedrales son como un cajón de sastre, que lo mismo alberga ex votos de escayola que joyas. La de Almería, que es una bellísima fortaleza que defendía tanto de la desazón del alma como de los piratas berberiscos, que asolaban la costa, guarda un relojito desconcertante.

Era un tiempo en que los príncipes de la Iglesia usaban medias moradas y bonete con borla. Cuando don Diego Ventaja entraba solemnemente para su toma de posesión en la catedral, detuvo el imponente cortejo y desató un murmullo. En estas reuniones humanas, entre los canónigos y fieles los hay también pretenciosos y vanos y supongo que alguno escucharía con asombro las palabras del nuevo prelado al mirar una esquina: «Ahí pedíamos limosna mi madre y yo». Se alzó como un suspiro de entre la multitud y un pajarillo cruzó el aire en silencio. Luego todos se compusieron y prosiguió la ceremonia.

Diego Ventaja era hijo de un herrero con mala fortuna. El padre vendió la fragua en 1887 y se trasladó a Granada. Las cosas no fueron fáciles al principio pero Palmira, la madre, que debía andar sobrada de redaños, se puso a mendigar con el chico, que salió listo y acabó estudiando en el Sacromonte. Entró de fámulo y salió de obispo de Almería, después de estudiar en la Universidad Gregoriana de Roma y hacer amistad de por vida con el padre Manjón, con el que se lanzó por las calles a fundar escuelas para los pobres.

En 1933, cuando presidía el cabildo de la abadía del Sacromonte, se produjo la insurrección anarquista y fueron quemadas las iglesias de San Luis y el convento de Santo Tomás de Villanueva. Un pelotón de exaltados se dirigió a la abadía de madrugada y se lo topó en la puerta:

-¿Qué hace usted aquí a estas horas?

-Esperar –les respondió tranquilamente–. A que sea la hora de bajar a decir misa a las Angustias.

-Como están las cosas no puede ir solo. Y lo acompañaron.

La muerte de Calvo Sotelo le pilló en Granada, le aconsejaron permanecer allí y se negó. Regresó a su diócesis el día 16 de julio y, tras el golpe de estado, fue detenido con el obispo de Guadix y acabó en el barco prisión Astoy Mendi. Los dos fueron parte de una saca de 17 presos el 30 de agosto y fueron fusilados en el Barranco del Chisme, en Vícar. Diego tenía 56 años. Los cuerpos fueron quemados dos veces, la segunda con el gasóleo del depósito del autobús de línea de Berja, que pararon los milicianos. Ventaja bendijo a sus asesinos y les pidió ser el último de aquellas venganzas. A mí me llama la atención el relojito de pulsera de la catedral de Almería. Se lo regaló una señora rica a Palmira, por tener un hijo tan estudioso.