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Republiqueta no democrática y el voto de F. González (y II)

Apunta que vivimos en una sociedad en la que importa lo que se ve, no los cimientos. «En democracia –constata–, la verdad es lo que la gente cree que es verdad»

Marco Tulio Cicerón (106AC-43AC), en su discurso contra Cayo Verres (120AC-43AC), gobernante autócrata de Sicilia, advertía de los Estados en los que «se rehabilita con todos los derechos a los condenados, se hace regresar a los exiliados, se libera a los presidiarios y se invalidan las sentencias judiciales». Lo recordó hace algunos días José Luis Concepción, presidente del Tribunal Superior de Justicia de Castilla-León, y un fragmento de sus palabras arrasa ahora en la red social Tik-Tok. Cicerón concluía que esas prácticas, que las veía como un «epílogo letal», conducían al «colapso total del Estado». Jordi Pujol, que sí tiene una cultura amplia, a diferencia de la mayoría de sus sucesores, solía decir que «todo está escrito» y ponía de ejemplo a Plutarco (circa 50-120), el de las «Vidas paralelas»

Felipe González, muy crítico con todo lo que ocurre, todavía tiene esperanza y asegura, en un coloquio en la Asociación de Periodistas Europeos (APE), que confía en «volver a votar al PSOE». Añade que es partidario de una reforma del sistema electoral y que quiere que se abran las listas. No lo dice, por supuesto, pero eso le permitiría votar a su partido, pero no a algunos candidatos. El ex-presidente debe formar parte de esa España que, como dicen los «indepes» y ahora también el Cercle d’Economía defensor de la amnistía, que preside Jaume Guardiola, no entiende lo que ocurre en Cataluña. Quizá por eso, el hombre que consiguió 202 escaños para los socialistas se pregunta «¿Hablaríamos de amnistía si no fueran necesarios los votos de Puigdemont?». Y él mismo se contesta con contundencia: «¡No!». Cree que el PSC es ahora la primera fuerza política en Cataluña, en parte por las políticas del Gobierno central, pero teme que pierda la centralidad que obtuvo. Sus críticas van más allá. «La izquierda –dice– ha perdido el objetivo de luchar contra la desigualdad.

La redistribución es cada vez más desigual y no deflactar la tarifa del IRPF ha permitido recaudar 35.000 millones más». Nota dejadez, desde hace muchos años, en política exterior, sobre todo en América Latina y recuerda el origen de la Conferencia de Paz de Madrid, una petición expresa de Estados Unidos. Apunta que vivimos en una sociedad en la que importa lo que se ve, no los cimientos. «En democracia –constata–, la verdad es lo que la gente cree que es verdad» y habla de la «Republiqueta no democrática» con la que sueñan los «indepes», una autocracia como la de Verres, «con pueblos que viven ya a la desesperada», como escribió Cicerón.