Las correcciones

El sesgo imperdonable de la izquierda

No hay ninguna razón política ni religiosa que justifique la orgía de sangre de Hamás del 7 de octubre

El lunes 23 de octubre, el segundo diario más venido de Estados Unidos, el prestigioso «The New York Times» publicaba una nota en la que pedía disculpas por el tratamiento del bombardeo del Hospital Al Ahli en el centro de Gaza ocurrido el 17 de octubre. El diario estadounidense había titulado la noticia: «Golpe israelí», haciéndose eco de la narrativa de Hamás, que había culpado al Ejército israelí de atacar el centro sanitario en el que no sólo se atienden a los heridos del conflicto armado sino que se acoge a los civiles que se han quedado sin hogar en Gaza y que no se pueden desplazar al sur de la Franja. La matanza de entre 200 y 500 civiles desencadenó manifestaciones hostiles, y a menudo violentas, contra objetivos judíos en todo el mundo. A pesar de las consecuencias y de que poco después del ataque aéreo el Tsahal ya había negado su involucración en el bombardeo, «The New York Times» tardó seis días en rectificar su información. Los israelíes apuntaron desde un primer momento que la explosión se produjo por el «fuego amigo». De hecho, al día siguiente, el 18 de octubre, el presidente americano, Joe Biden, visitó Israel y confirmó la versión de Tel Aviv de que un cohete fallido de la Yihad Islámica, la otra organización terrorista que opera en la Franja de Gaza, habría sido la responsable de la masacre de civiles. Veinticuatro horas después, la inteligencia norteamericana aseguró que sus datos confirmaban la teoría israelí sobre el bombardeo al hospital, pero la ira ya había prendido con toda su fuerza por el mundo árabe.

Este episodio ilustra las dificultades de informar en tiempos de guerra. El bombardeo se produjo a las 20:30 horas de la noche, una hora en la que ya se han enviado a imprenta la mayoría de periódicos europeos, no los españoles y menos los estadounidenses que todavía están a mitad de su jornada laboral. Por eso, la tardanza en rectificar la información junto a la facilidad con la que se proclamó la culpabilidad de Israel refuerza la idea de que en los medios, igual que en las personas, existe un «sesgo de confirmación»: eso que hace que seleccionemos la información que confirma nuestras creencias al margen de si es cierta o no.

Ese sesgo que llevó a los periodistas de «The New York Times» a apuntar a Israel es el mismo que se desprende de las palabras del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, durante la reunión de esta semana del Consejo de Seguridad, y que han provocado una ola de indignación dentro y fuera de Israel. La conclusión de que las atrocidades de Hamás en el asalto del 7 de octubre «no surgieron de la nada» refuerza el discurso de la organización yihadista que trata de legitimar sus acciones violentas como su única opción para luchar contra la ocupación israelí. El secretario general de Naciones Unidas debería saber que no existe ninguna razón política ni religiosa que pueda justificar la orgía de sangre y horror que protagonizaron los soldados de Hamás en los kibutzs.

El escritor Yuval Noah Harari se ha mostrado estos días «devastado» por la «extrema insensibilidad moral» de la izquierda occidental que descarga toda la responsabilidad en la política de Israel. Conceder un marco intelectual a las acciones violentas de Hamás no sólo es inmoral sino que es una injusticia que eterniza el conflicto.