Opinión
Sociedades locas
En algunos hospitales del Reino Unido obligan a los profesionales de la salud a preguntar a los hombres si están embarazados
Hace mucho que vivimos en el teatro del absurdo, pero, estoy segura, cuando Calderón dijo que la vida era sueño, no alcanzó a imaginar el disparatado escenario actual ni a sus protagonistas, dispuestos a detonar los cimientos de la ganancia antropológica en el altar de la corrección política y la majadería desinhibida.
La voluntad de cuidar la sensibilidad de todas las identidades tuvo una intención noble, desterrar la discriminación. Sin embargo, cuando esa protección se lleva al extremo siniestro de preguntar a un hombre si está esperando un niño, estamos sacrificando bienes más necesarios; la lógica, la inteligencia y el pragmatismo son pilares fundamentales del progreso, como la ciencia, y nos han guiado hacia los mayores avances en medicina, tecnología y bienestar social.
Lo de que la realidad supera la ficción, lo tenemos clarísimo; si yo contara en una novela las cosas que me han pasado (yo y cualquiera) o las vieran ustedes en una serie de Netflix pensarían: ¡menudo equipo de guion ramplón!, dirían que no es creíble… Para que la realidad tenga verosimilitud al transformarla en ficción hay que dulcificarla y reducirle unos grados su crudeza o su impertinencia, como queramos llamarle, o quizá su capricho…
Y justamente en el capricho kafkiano, en el surrealismo, nos vamos a detener ahora, perplejos, por el reciente mandato en algunos hospitales del Reino Unido (pronto en el resto del globo) que obligan a los profesionales de la salud _pobres míos_ a preguntar a los hombres si están embarazados (antes de hacerse radiografías o tomografías).
Me figuro un señor hirsuto, rubicundo y corpulento sentado en consulta; sombrero de cowboy, camisa de cuadros con manga corta, cinturón de cuero rojo (a juego con sus botas) y hebilla deslumbradora; desde la más solemne severidad burocrática es interrogado acerca de los distintos extremos, todos previsiblemente relevantes, de su situación fisiológica, a los que responde con aprendida sumisión. ¿Tiene alguna alergia? ¿Está tomando algún medicamento actualmente? ¿Tiene antecedentes familiares de enfermedades graves?¿Con qué frecuencia bebe? ¿Está usted embarazado?
Nuestro amigo imaginario, se llama Wyatt Dawson, es “Alabamian” pero vive en Bakewell (famosa población inglesa conocida por su pastel) y desde que llegó a Inglaterra, dejando a su adorada madre de plateados cabellos desconsolada en el porche de su casa de madera, por primera vez se siente desconcertado. ¿Está usted embarazado?
En efecto, nuestro Wyatt se siente fuera de lugar, se siente solo; síntoma muy doloroso que compartimos los que habitamos esta sociedad idiotizada donde las mujeres continuamos siendo alienadas por la historia.
Riamos, pero después de reírnos debemos reflexionar. ¿Qué otras realidades científicas estaremos dispuestos a ignorar en nombre de la sensibilidad? Porque nos adentramos en un territorio donde la percepción subjetiva comienza a tener curso legal y más peso que los hechos y esto es “las Brujas de Salem” y en el cadalso espera su sacrificio, relajada, la realidad.
Peligro. Porque este sacrificio se presenta como una victoria de la conquista social. ¿Conquista de qué? ¿del planeta de las evidencias maleables? Es difícil no ver un cálculo y una perversa manipulación detrás de estas políticas.
Debemos reflexionar, y también comprometernos a ser un poco menos imbéciles, y menos dóciles. Solo entonces podremos avanzar como una sociedad verdaderamente segura, para todos.
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