Apuntes

Teoría y técnica del montaje del Belén

Sánchez comprenderá que es una tarea hercúlea y banal tratar de borrar la Navidad de la vida pública

La feliz llegada de los nietos ha acabado con el minimalismo del Misterio sobre la mesita auxiliar del salón. Uno vuelve a despejar de adornos y retratos en marcos de plata o peltre el aparador grande, acopia serrín marrón y verde, y exhuma las cajas del trastero con el Portal, la cabaña de los pastores, la casa de la hilandera, los puentes, el corcho, las luces y, por supuesto, las figuritas. Por su número, sobre todo ovejas, intuyo que el aparador de la casa anterior era más grande o que lo suplementaba con una plancha de aglomerado –la del fenecido tren eléctrico, Ibertren, hoy, perdido en el hueco sin fondo detrás de las librerías de la buhardilla–, pero hay que adaptarse. El nieto mayor, Bruno, ayuda con el corcho, el serrín, el papel de plata, la recogida de césped y demuestra un perfectamente descriptible entusiasmo por las figuras de los Reyes Magos, ya consciente de que se acerca esa mañana feliz llena de regalos. La segunda, Alejandra, que es la niña más guapa de España y Portugal, tiene inclinación por las ovejas, las gallinas y lo que llama patos –cisnes, en realidad–, y la tercera, Jimena, está en su mundo feliz y glotón del primer año, es decir, ya gatea y deviene en un peligro inminente para la integridad de las figuritas. El Nacimiento es, por supuesto canónico: Anunciación –es todo un arte disponer la colocación de los pastores sin que se vean sus brazos mutilados–, Epifanía, con los Magos de Oriente en camello, como Dios Manda, y el Misterio, con su buey y su mula –sin orejas–, adoradores, caminantes y demás figurantes. Ya digo que es canónico y no hay lugar para los dinosaurios que Bruno pretende colocar a toda costa. Hay que acostumbrar a los pequeños a la frustración, especialmente, a los que han crecido con Jurasic Park y sus diferentes versiones. La verdad es que está siendo un año muy navideño. Los alumnos del Conservatorio de Majadahonda nos dieron un excelente concierto a favor de los damnificados por la Dana de Valencia –normalmente se hacía para una ONG que trabaja en la selva peruana, pero el padre Paco consideró que la caridad bien entendida empieza por los próximos– y los niños del coro de la Escuela Municipal de Música cantaron villancicos en la inauguración del enorme Belén instalado en la Casa de Cultura, uno de esos que tienen de todo: agua corriente, romanos, palacios de Herodes y que está, sabiamente, levantado a la altura de los ojos infantiles. Leo que el presidente del Gobierno ha quitado, el tradicional Nacimiento que se ponía en La Moncloa. Debe ser una obra hercúlea borrar todas las referencias a la Navidad en la vida pública. Hercúlea y banal. Ahí están nuestras infancias y los afectos compartidos con el resto de nuestro mundo cristiano, desde los alemanes, otra vez atacados entre las luces y los adornos, hasta los coreanos que cantan el Adeste Fideles, alegre y triunfante, para explicarnos... En realidad, lo que pretendía era desearles a todos una Feliz Navidad y un próspero Año Nuevo. Con especial aliento a los compatriotas valencianos, andaluces y castellano manchegos que han sufrido la furia de la naturaleza y la pérdida de seres queridos, y que no pasarán mañana una Nochebuena como les hubiera gustado. De la política y sus problemas, que son muchos, nos queda todo el año que viene para hablar. Cansino, lo sé, pero no siempre puede ser Navidad.