Francia

Ahora resulta que Le Pen ya no es de ultraderecha

En algunos medios políticos franceses comienzan a preguntarse si se puede considerar de extrema derecha a un partido al que votan, cada vez en mayor medida, antiguos simpatizantes de la izquierda. Se trata, por supuesto, del Frente Nacional de Marine Le Pen, para el que se buscan nuevas denominaciones del tipo «nacional-populista» o similares. De antiguo, los lepenistas vienen rechazando la etiqueta de ultraderecha, con el habitual añadido de xenófoba, con que la despacha habitualmente el «establishment» periodístico e, incluso, han peleado por ello, con discreto éxito, en los tribunales de Justicia. De ahí que la discusión sobre el espectro político que ocupan los tricolores, suscitada en buena medida por el diario «Le Figaro», portavoz de la derecha gaullista y civilizada, no deje de tener un cierto interés. Sin rodeos: las encuestas, tozudas, registran lo que parece un imparable ascenso de Marine Le Pen en las próximas elecciones municipales y europeas. La empresa de sondeos Sofres coloca al FN en paridad con los socialistas y el centroderecha, y augura un amplio baile de acuerdos triangulares en buena parte de los pueblos y ciudades más castigados por el paro y la delincuencia tras el escrutinio electoral del próximo marzo. Se trata, no lo duden, de ponerse la venda antes de la herida, derribando el cordón sanitario que los dos grandes partidos franceses mantienen desde siempre frente al FN, ante la evidencia de que habrá que negociar acuerdos con sus futuros electos. Sobre las causas del ascenso de Marine Le Pen no hay, sin embargo, muchas discusiones.

Entre la clase media francesa, incluidos los sectores obreros más castigados por la desindustralización, cunde el desánimo. Al rechazo a la inmigración, especialmente la de origen musulmán, cuyas nuevas generaciones, nacidas y criadas en Francia, parecen incapaces de adaptarse a los usos sociales del país de acogida, se une el temor a una delincuencia creciente que los sucesivos planes de los ministros del Interior no aciertan a reducir. La plaga, además se extiende, publicitada por el despliegue de cámaras y teléfonos móviles que, de vez en cuando, graban los asaltos en directo. El último caso, captado por un videoaficionado, muestra a un grupo de quince delincuentes, procedentes de un país del este de Europa, lanzando bombas de humo para cubrir su huida a la carrera tras asaltar, a mazazos, una de las grandes joyerías del distrito más chic de París. Los periódicos, además, dan cuenta puntual de tiroteos y ajustes de cuentas con armamento de guerra en Marsella, robos a turistas en los mismos Campos Elíseos parisinos, quemas de automóviles, asaltos en los transportes públicos y motines juveniles en los barrios de viviendas sociales de buena parte de las grandes ciudades. El estado de alarma entre la opinión pública empieza a tomar tal envergadura que el actual ministro socialista del Interior, Manuel Vals, ha cometido el inexplicable error de apuntarse al discurso de los lepenistas en lo que se refiere a los problemas de delincuencia de los gitanos. Lo más significativo de esta situación, como se quejaba amargamente un político de la derecha, es que Marine Le Pen está subiendo en las encuestas sin hacer prácticamente nada: dejando que el proceso siga su curso y con la inestimable ayuda de un François Hollande en sus horas más bajas.