El desafío independentista

Fuga

Si yo fuese su defensor buscaría buenos especialistas médicos, expertos en paranoias y delirios, conocedores de estas «polifonías vertebradas por el contrapunto entre varias voces» o «específicos trabajos basados en la imitación». Todo lo que ha dicho, todo lo que ha hecho Carles Puigdemont ya ha sido escrito, dicho y hecho anteriormente. Solo caben más fugas.

La Razón
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Musicalmente es un procedimiento en el cual se superponen ideas llamadas sujetos. Su composición consiste en el uso de polifonía vertebrada por el contrapunto entre varias voces basada en la imitación o reiteración de melodías de diferentes tonalidades. Durante el Renacimiento la palabra servía para designar específicamente trabajos basados en la imitación.

Como «tocata y fuga» define Borrell al último conejo extraído de su chistera por Puigdemont. Otros lo llaman desbandada; otros recuerdan a las ratas del barco que se hunde. Borrell se ha posicionado en esta grave crisis como verdadero hombre de estado, aquel que definía Churchill como el que «piensa más en las próximas generaciones que en las próximas elecciones». Ha resituado y centrado a un dubitativo PSC y ha sabido dar la cara en manifestaciones públicas muy cerca y sin complejos de dirigentes de otras formaciones políticas. Une a su larga experiencia su condición de catalán y acumula a sus años todo un capital de errores y aciertos. Era secretario de Estado de Hacienda cuando en 1989 ya utilizó como medio de presión el Artículo 155 con el Gobierno Canario, aspecto que recoge el completísimo y bien fundado Anexo de la Orden 1034 del Ministerio de la Presidencia remitido al Senado el viernes 27 del recién pasado mes octubre: «Si se consideró una situación extraordinaria el incumplimiento de obligaciones fiscales por parte de una Comunidad Autónoma, en la situación actual es palmario el incumplimiento de obligaciones constitucionales por parte otra que , a su vez, pone en grave riesgo el interés general de la nación».

Bien sabe el lector que esta no es la primera fuga de un político en nuestra historia. Por proximidad me referiré a tres de ellas.

El General Prim tras la intentona de Villarejo de Salvanés en enero de 1866 entró en Portugal perseguido por tropas del Gobierno con escasos 700 efectivos. De Lisboa pasaría a Southampton en un paquete inglés que procedía de Brasil y de allí a Londres, París, Marsella... Con él sería muy duro O´Donnell en la sesión del Senado del 13 de abril de aquel año: «El general Prim –afirmaba el jefe del Gobierno–no tuvo el valor para presentarse de frente, no hizo más que huir cobardemente», utilizando las palabras que más podían herir a quien luchó con valor, codo con codo, en la guerra de África años atrás.

El caso de Estanislao Figueras (1819-1882) es más parecido al actual. Bien conocido por sus dotes parlamentarias, militó en el Partido Progresista y posteriormente en el Democrático. Participó en la Revolución Gloriosa de 1868, precisamente junto a Prim, Serrano y Topete. Periodista en el diario «La Igualdad» vivió el asesinato de Prim junto a la llegada del Rey de una nueva dinastía: Amadeo I de Saboya. Tras la abdicación de este, es elegido presidente del Poder Ejecutivo de la recién proclamada Primera República. Hereda la continuidad de la Guerra de Cuba, la renovada de los carlistas y una permanente oposición de los fieles al antiguo régimen de los Borbones. Nada descartable la conexión entre los tres problemas: un hermano de Cánovas líder del partido Monárquico presidía el Banco de La Habana que constituyó la mayor ayuda financiera a los carlistas. Ya había advertido Figueras en sentencia muy conocida: «Señores, no aguanto más; estoy hasta los cojones de todos nosotros», cuando el 10 de junio de 1873 salió de su despacho para «dar un paseo por el Retiro» y lo que hizo fue dirigirse a la estación de Atocha y escapar a París. Una nota sobre su mesa legitimaba en cierto sentido a su ministro de la Gobernación Pi y Margall para presidir el Poder Ejecutivo, que no la República, porque la Constitución que avalaba el nuevo régimen republicano aún no estaba –no lo estaría finalmente– promulgada.

El caso de Jose Dencás, el brazo derecho de Companys, tiene otros tintes más siniestros. En Octubre de 1934 declarado el Estado de Guerra tras la proclamación del Estat Catalá, ante la presencia y bombardeo de unas baterías de campaña enviadas a la Plaza de San Jaime por el General Batet, opta por huir por las alcantarillas, arriesgando el tiro por la espalda, uno de los sistemas de ejecuciones extrajudiciales, propio de la ley de fugas.

Ante la avalancha de chistes fáciles –«el cambio climático conlleva migraciones de aves hacia el norte» o «tiene un puesto asegurado en el conocido puesto de patatas fritas de Maison Antonio en Bruselas»– por supuesto me preocupa la situación de la persona, del ser humano, sin entrar en valoraciones políticas. Si yo fuese su defensor buscaría buenos especialistas médicos, expertos en paranoias y delirios, conocedores de estas «polifonías vertebradas por el contrapunto entre varias voces» o «específicos trabajos basados en la imitación». Todo lo que ha dicho, todo lo que ha hecho Carles Puigdemont ya ha sido escrito, dicho y hecho anteriormente. Solo caben más fugas.