Luis Alejandre

La Rusia de Putin

La Razón
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Comprenderá bien el lector que en momentos tan cruciales para nuestra civilización no pueda desentenderme de los protagonistas que influyen en el equilibrio de nuestra paz internacional, tan frágil y amenazada en estos momentos. Intenté encontrar las razones del derribo de un SU-24 ruso por un F-16 turco y las desvié –no sé si conscientemente o por puro instinto defensivo– a errores humanos bien alimentados por dosis de soberbia. Para nada quería admitir la posibilidad de un conflicto a mayor escala. Una acción individual en Sarajevo nos llevó a la Primera Gran Guerra. El polvorín estaba cargado, pero faltaba aquella chispa. No sé si el riesgo ha sido ahora el mismo, pero por si acaso no conviene encender mechas.

Y siempre me preocupa Rusia, la residual Federación de aquella Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) formada a sangre y fuego en la más estricta doctrina marxista leninista. Durante siete décadas tras aquel «telón de acero» había algo más que un «enigma perdido en un laberinto» como lo definía Churchill. Había silencio, deshumanización, terror, gulag, Estado encima de todo. Me parece increíble que hoy, descendientes fanatizados de aquella época ensucien nuestras fachadas con grafitis de Stalin. La propia Rusia de hoy quiere, necesita, intenta, romper con aquel pasado. Lo curioso es que lo haga volviendo la mirada a un pasado de cultura religiosa.

Su cristianismo se remonta al año 988. Durante la invasión de los mongoles, la religión fue el soporte moral que cohesionó a su población, hasta vencerlos en Kulinovo. El cambio de rumbo trascendental en Europa se produjo en 1453 con la caída de Constantinopla. Moscú se mantuvo libre de la presión turca y los zares se consideraron herederos legítimos del Sacro Imperio Romano de Oriente: la tercera Roma.

Putin nació en Leningrado, el antiguo San Petersburgo, en 1952. Fue bautizado por influencia de su madre en la Catedral de la Transfiguración. Estudió Derecho en su Universidad y ya siendo miembro de la KGB fue enviado a Dresde en la Alemania del Este –la de Merkel, no lo olviden– donde vivió la caída del Muro en 1989. Colaborador estrecho de Boris Yeltsin, su carrera fue fulgurante. En marzo de 2000 ya era presidente de la Federación Rusa. Tras el paréntesis 2008-2012 en que tuvo que cederla a su brazo derecho Dimitri Medvedev, hoy sigue en el cargo. Fue significativa su vuelta de 2012, al pedir ser bendecido por la imagen de la Virgen de Tiflin, costumbre que seguían los zares al ser coronados. «Rusia es uno de los últimos guardianes de la cultura europea, de los valores cristianos y de nuestra verdadera civilización», señaló.

Es más que interesante extraer de sus discursos e intervenciones en congresos nacionales su pensamiento. «Rusia ha pasado por un desierto espiritual y va al encuentro de sus raíces; los rusos han vuelto a la fe cristiana sin ninguna presión del Estado ni de la propia Iglesia». Las estadísticas lo confirman: las 67 diócesis aumentaron a 133 en 2008; de 21 monasterios se había pasado a 620; de 7.000 parroquias, a 23.000; de dos seminarios, a 32;de un 31% de ciudadanos que se declaraban ortodoxos, al 72%.

En septiembre de 2013 decía Putin en Valdai, Novgorod, considerado el centro espiritual de la vieja Rusia: «Hemos dejado atrás la ideología soviética y no hay retorno. Está claro que el progreso es imposible sin lo espiritual y lo cultural; de otro modo no seremos capaces de soportar los desafíos internos y externos y no podremos tener éxito en la competencia global». Y sentenciaba: «Muchos europeos están avergonzados y tienen miedo de hablar de sus convicciones. Las fiestas religiosas se están eliminando o cambiando de nombre escondiendo la esencia de la celebración». «Podemos apreciar cómo muchas de las naciones euroatlánticas están rechazando actualmente sus raíces; están negando principios morales; están implementando políticas que equiparan a las familias numerosas con parejas del mismo sexo»; «uno debe respetar los derechos de las minorías, pero los derechos de las mayorías no deben cuestionarse».

El pensamiento de Putin daría para muchos más comentarios. Compara el injusto tratado de Versalles –el que impuso restricciones al pueblo alemán que no podía cumplir y se rebeló– con el fin de la Guerra Fría, injusta también con los perdedores. Entra en quienes forman hoy el DÁESH y por qué: «Decenas de miles de soldados iraquíes adscritos al Baaz, expulsados de su propio ejército»; denuncia cómo se cedió ante un Kosovo musulmán a costa de una cristiana Serbia.

Cuando parecen llegarnos corrientes de un comunismo que fracasó en Rusia, cuando ciertamente nos alejamos de nuestros principios religiosos, es más que interesante el mensaje que nos llega de Rusia. Se cruzan las palabras con hechos no tan positivos: léase Ucrania.

¡Quedémonos con lo positivo del mensaje y respetemos a una Rusia no tan alejada de nosotros!