Luis Alejandre

Los últimos de Sarajevo

La Razón
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Es difícil separar el nombre de Sarajevo del estallido de la Primera Guerra Mundial, aunque la ciudad no tuviese responsabilidades en el atentado que costó la vida al archiduque Francisco Fernando de Austria en 1914. Las semillas del odio ya estaban esparcidas por toda Europa. Ya en nuestros días, Sarajevo fue sede de los Juegos Olímpicos de Invierno en 1984, los primeros realizados en una república socialista. Muchos pensamos que se había desprendido de todos sus fantasmas históricos. Yugoslavia caminaba por la senda del desarrollo, ejemplar en determinadas materias como la medicina y el deporte. Pero años más tarde, escindida la República de Tito, estalló nuevamente la guerra en los Balcanes y Sarajevo sufrió un duro cerco de cuatro años ((1992-1995) en el que los muertos, heridos y desplazados se contaron por miles. Hablamos de una ciudad a hora y media de vuelo de Barcelona, en el mismo corazón de Europa. Algunos habían pensado que tras la caída del Muro de Berlín y la disolución del Pacto de Varsovia viviríamos una idílica paz perpetua, cuando comprobamos otra vez que las semillas del odio seguían latentes en mentes nacionalistas y xenófobas. Se desbordaron cruelmente memorias históricas vengativas, odios religiosos y de raza.

El primer estallido intentaron paliarlo sin éxito las Naciones Unidas (UNPROFOR). Hubo que «imponer la paz» de acuerdo con el Capítulo VII de su Carta con el despliegue sobre el terreno de una fuerza de la OTAN (IFOR, Peace Implementation Force) con 60.000 efectivos, fuerza en la que España se comprometió seriamente. Conforme fue estabilizándose la situación, el inicial contingente se fue reduciendo para dar paso a otros protagonistas que debían combinar la consolidación de la paz con otros programas en los que Europa actuó con prioridad. Althea es una operación militar europea con mandato ejecutivo de la ONU en apoyo de las autoridades de BiH para construir su propio entorno de seguridad. La misión contó inicialmente con 7.000 efectivos.

Hablamos de un completo proceso de paz del que han sido testigos 46.300 españoles que participaron en diferentes Brigadas y Agrupaciones. Veintitrés de ellos perdieron la vida en aquel país. Sus familias y los heridos y enfermos son conscientes del alto precio que tuvieron que pagar para devolver la paz a Bosnia Herzegovina.

Hoy, permanecen en Sarajevo dos comandantes españoles –Gustavo Zapatero y Santiago Corbí– a quienes quiero recordar en este verano de calor, de playas atiborradas y de incertidumbres políticas. No quiero puedan pensar que al ser pocos nos olvidamos de ellos y no valoramos su trabajo. Conviven con oficiales de otros 20 países, algunos de la OTAN y la UE como España, otros de la OTAN pero no de la UE como Turquía, o viceversa, de la UE y no de la OTAN como Austria y Finlandia, junto a otros que no pertenecen a ninguna de las dos organizaciones, como Chile. Por lazos de sangre y cultura, «estamos muy cercanos a los chilenos; su contingente aparte de una casa en Banja Luka –¡a cuántos españoles les viene a la cabeza este nombre!– tiene desplegados a siete oficiales en Camp Butmir (Sarajevo), donde se ubica el Cuartel General de Althea.

Cuando les pregunto por sus relaciones familiares, me recuerda el comandante Corbí su experiencia en 2005 cuando para llamar a España había que utilizar unas pocas cabinas de Telefónica, desde las que los miembros del contingente podían llamar a casa. La colas eran largas y la presión por el tiempo de llamada, importante. Hoy ha cambiado este aspecto. Ya estén nuestros soldados y marineros en Djibouti, en Mogadiscio o en medio del Mediterráneo o del Índico, las condiciones de enlace con la familia son bien diferentes. Nos alegramos todos. ¡Seis u ocho meses fuera de casa son duros para los expedicionarios, pero tanto o más para sus familias!

Me alegra saber que las relaciones con nuestra Embajada son excelentes. Siempre Bosnia desde el comienzo de las hostilidades ha suscitado buenas vibraciones. Vivir aquellos desastres nos unía. Podríamos poner mil ejemplos de buena colaboración especialmente con la Agencia Española de Cooperación, siempre cercana a nuestros despliegues, cooperando en el proceso de pacificación con medidas directas de apoyo a la población.

Siempre en cualquier relato sobre Bosnia aparece la palabra «Mostar», la ciudad sobre la que giró nuestra presencia. Sigue su plaza de España, inaugurada por nuestro Rey Juan Carlos, con un obelisco que recuerda el paso de las distintas agrupaciones, y el nombre de quienes dieron su vida –militares y cooperantes– por la paz, en una patria que sin ser la suya era de todos. La misma ciudad que nombró hijo adoptivo a Luis Carvajal, un general español.

Todo lo asumen y heredan hoy unos oficiales que ya fueron testigos de etapas anteriores y que aportan sus conocimientos para ayudar a recomponer el país. ¡Bien saben que la paz que cimientan ahora en Sarajevo es también la paz de todos!