
Tribuna
Universidades e ideologías castigadas: Harvard
Muchas instituciones académicas españolas también «catequizan» forzando el lenguaje con doctrinarismos estilo woke.


Después de subir la gran escalera del fastuoso edificio, carteles del nuevo catecismo anuncian su lema: «Diversidad» (Diversity), flanqueando la gran sala de entrada de una de las mejores bibliotecas universitarias del mundo, la Widener Library, en la Universidad de Harvard. Fatigado por horas de lectura en sus monumentales salas, si uno acude a los servicios, puede que haya que esperar durante un rato en la cola, pues todos fueron ampliados para que quepan sillas de ruedas y pertenecen a cualquier sexo que uno quiera suponerse. Antes cabían varios urinarios en el mismo lugar, ahora solo una taza en amplia estancia: inconvenientes de la ideología vigente, inclusiva e igualitaria, según se adoctrina. A veces, en la entrada, frente a los jardines, una hilera de estudiantes enmascarados protesta contra los excesos ejercidos por el ejército israelí con los palestinos. En un folleto que entregan aparecen dos fotografías: arriba, los judíos con sus enseres por las carreteras huyendo de los nazis; abajo, los palestinos, de similar manera. Sin embargo, no es extraño encontrarse con estudiantes con la kipá, como signo distintivo en los varones judíos. No pocos profesores son también judíos, si bien algunos muy críticos con la política gubernamental israelita. Algún rector ha caído por estas manifestaciones pacíficas, símbolo de la libertad de expresión, y no pocos alumnos fueron expulsados en otras universidades por expresarse públicamente. En el país de la Estatua de la Libertad hay miedo a decir libremente lo que se piensa en algunos asuntos. Más de un profesor se afligía ante mí con el radical clima de confrontación ideológica, que obliga a definirse por uno u otro lado, como si no hubiera matices o elementos a criticar en cualquier bando. La crítica resulta fundamental para la salud intelectual y social, pues ayuda a mejorar, pero según con qué compañeros uno vaya, se siente amordazado por unos u otros.
Hace catorce años había trabajado también en Harvard y la mutación observada ahora ha sido intensa, en parte por la crisis económica y el desamparo creciente de los estudios humanísticos, parcialmente culpables de los extremismos woke, que ahí han echado hondas raíces, como también, como una plaga, se extienden por otros ámbitos del mundo anglosajón, llegando a Oxford o Cambridge. Unos ejemplos ilustrarán su desmesura: profesores de literatura que se quejan de que los jóvenes ayudantes saben de cine, pero, por estudiar a los escritores fuera del canon, dejaron de leer a los clásicos, ¿Shakespeare, Cervantes, Goethe? «¡Imperialismo cultural!». Cuando murió el célebre Márquez Villanueva, la cátedra del Siglo de Oro español no se renovó; interesan más las creadoras femeninas o del universo LGTBI+, etc., animalistas, indígenas, que autores canónicos, y todo por huir del imperialismo, como cuando otro académico de la Facultad de Música de Harvard se me lamentaba por la extinción de una cátedra de música medieval y barroca, occidental, claro, sustituida por otra de Soul. Cuando analizó el frágil currículum de la candidata se quejó y fue declarado imperialista. No se atrevió a decir más: al ser de raza negra, temía que le pusieran el sambenito de «racista», simplemente por hacer unas observaciones críticas. Así observamos cómo los antiimperialistas devienen imperialistas con su nueva ideología. Los defensores de la diversidad no toleran ciertas muestras diferentes que las suyas, creando en la práctica una nueva Inquisición que persigue a quienes consideran «herejes». Las minorías étnicas o de sexuales preferencias han aprovechado los nuevos privilegios y la discriminación «positiva» que ha propiciado graves abusos.
Sin embargo, según la mayor parte de los sistemas de evaluación, la Universidad de Harvard, que tiene un fondo económico superior al de algunos países, es la primera del mundo en cuanto al nivel de sus estudiantes, profesores e investigaciones. Los premios Nobel y los resultados que se consiguen año a año avalan este fabuloso recorrido que a la humanidad beneficia con descubrimientos e inventos continuos. Pero hoy es noticia no tanto por su excelencia sino por la censura que desde el gobierno de EEUU se pretende imponer a la universidad rebelde, por no aceptar las nuevas directrices que desde Trump emanan. El método usado para forzar a esta institución privada es cortar la financiación estatal.
La administración republicana empezó con la también prestigiosa Universidad de Columbia, que ha terminado arrodillándose ante el poder para cobrar las ayudas gubernamentales, como tantas otras. Harvard mantiene su postura, aunque pierda 2.200 millones de dólares en subvenciones. La independencia económica de los centros académicos puede evitar ciertas extorsiones, pero pocos pueden lograrla.
Detrás de este barullo peligra la libertad de cátedra de cada profesor, con uno y otro bando, esencial para investigar libremente, en especial en las Humanidades. Lo que sucede en América ha de ser aviso para nosotros, ya que las olas que allí se engendran suelen terminar sacudiendo nuestras costas.
Muchas instituciones académicas españolas también «catequizan» forzando el lenguaje con doctrinarismos estilo woke. Doctrina bienintencionada en su origen que ha mutado malignamente, preñada de radicalismo. Los extremismos no suelen ser buenos.
Ilia Galá Díezes Catedrático en Humanidades de la Universidad Carlos III de Madrid, Profesor Invitado en la Universidad de Harvard, Faculty of Art and Sciences (2025), actualmente en la Universidad de Siena.
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