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«QFWFQ»: Meridional vuelve al origen de todo

De izda. a dcha., Martín, Seresesky, Cuadrupani y Lavín, en el montaje
De izda. a dcha., Martín, Seresesky, Cuadrupani y Lavín, en el montajelarazon

En el principio fue el verbo. Stephen Hawking sin duda lo negaría. Pero ante una historia del universo como la que dejó escrita en sus relatos el maestro italiano, cabe tan sólo pensar que la palabra ya debía de estar ahí antes de todo, al menos si tomamos «verbo» en su significado literal, no como metáfora divina. Lo cierto es que Calvino y Edwin Hubble, el astrónomo que demostró la expansión del universo, no andan tan alejados uno de otro: el cronista italiano hizo suya la historia del «Big Bang», la creación de la materia, la formación de las galaxias, las estrellas y los planetas y la aparición de la vida... Pero a su manera. Lo hizo en «Las cosmicómicas», donde dio voz a una serie de entrañables personajes, seres cotidianos ligados a la tradición más pedestre. Unos pobladores primigenios de corte siciliano y conversaciones de pueblo que, en realidad, habían sido testigos de la creación del todo, el espacio y el tiempo, allí donde antes estuvo la nada. Con esas historias, hace ya 15 años, una emergente compañía llamada Meridional Teatro construyó «QFWFQ, una historia del universo», un texto de Julio Salvatierra que dirigió Álvaro Lavín. «Julio intenta dar una cohesión a estos personajes tan dispares que aparecen en diferentes relatos de Calvino, y los convierte en una familia», cuenta el director. El impronunciable nombre –o al menos difícilmente pronunciable; Meridional propone algo así como «cufubufucu»– es el de uno de los personajes. El montaje se estrenó en Cuarta Pared en 1999 y se convirtió en un espectáculo aplaudido por la crítica. Tras más de trescientas funciones, terminó, como tantos otros.

Con la compañía convertida ya en un sólido referente de la creación contemporánea española, con espectáculos como «Calisto. Historia de un personaje», «Miguel Hernández», «Dionisio Guerra», «Cyrano», «Romeo» y «Cómo ser Leonardo», entre otros títulos, varios programadores les propusieron recuperar aquel montaje que no habían vuelto a hacer y que estaba ya entre los «clásicos contemporáneos» de las últimas décadas. Y ellos se dijeron.... ¿por qué no?

Una familia de pueblo

Un montaje «sin duda emblemático: para mí, «QFWFQ» y ''Miguel Hernández'' son dos espectáculos que, cuando los veo con el tiempo, definen muy bien la manera que tenemos de estar en escena», asegura lavín. «Ha sido un encuentro fantástico», dice el director, además de protagonista, de nuevo. QFWFQ y los suyos, cuenta Lavín, «estaban en el punto inicial, luego evolucionaron, vieron el surgimiento del agua, fueron moluscos... Pero hemos intentado normalizar a esos personajes con referencias que tenemos cerca. Como imagen, ¿qué familia seríamos en el cine? Pues la de ''Los santos inocentes''. En el vestuario hemos jugado con esos colores tan ocuros y azules de la película. Otro referente es el humor y la manera de contar del José Luis Cuerda más absurdo e irónico». Y añade: «Al reencontrarnos con los personajes, volvíamos a las notas, a aquello en lo que basamos el trabajo hace 15 años. Y teníamos claro que debíamos ser lo más normales posible, dentro de que la propuesta es construir unos personajes un poco arquetípicos: somos una familia de pueblo que puede ser reconocible en cualquier rincón de España. Mi abuelo usaba boina y cuando yo iba a su pueblo, en la era me encontraba a esas señoras mayores vestidas de negro, sentadas en el poyete, que contaban historias de su vida y otras que les habían transmitido. Queríamos recuperar esa manera de narrar, intentando que los personajes, ya que nos cuentan una historia tan fantasiosa, lo hicieran de la manera más natural posible».

Óscar Sánchez Zafra y Paloma Vidal protagonizaban aquel primer montaje junto a Lavín y Seresesky. Hoy les sustituyen Chani Martín y Elvira Cuadrupani. «Todo se va transformando y Teatro Meridional también evoluciona, como el universo», cuenta el director, aunque matiza sobre la esencia de la compañía: «No ha variado en absoluto. Seguimos basándonos en el trabajo del actor, que es lo que nos interesa, y apoyándonos en los textos de Julio. Todos los espectáculos nacen con una idea, Julio propone, y vamos cambiando hasta que él se hace responsable del texto y eso pasa a la sala de ensayos. Ahí es donde nos sentimos más nosotros. Y, por ejemplo, cuando yo dirijo fuera, eso es algo que intento llevarme: es mi mochila, la manera que tengo de entender y vivir el teatro y para mí es importante. Una compañía como ésta, después de tantos años, es una forma de vida, más que un negocio». Esa forma de vida no es estanca, y hace ya tiempo que se está abriendo a nuevos terrenos. Tras optar a un Goya por su anterior cortometraje, Seresesky está rodando «Una puerta abierta», su primer largo, en el que dirige a Carmen Machi, Amparo Baró –con quienes actuó en «Agosto (Condado de Osage)» a las órdenes de Gerardo Vera– y Asier Etxeandía, entre otros intérpretes.

Bagaje audiovisual

Cuenta Lavín que ese bagaje audiovisual adquirido les ha ayudado dotar de mayor consistencia escénica a la obra: «Hemos utilizado una serie de imágenes, que acompañan un poco y que, lejos de distraer, hacen que el espectador se sitúe más en ese día, en esa colina, en ese atardecer y en luna que es tan importante para esta familia».

Al final, en cualquier caso, todo está en lo que el autor de «El barón rampante» y «Las ciudades invisibles» y la versión de Salvatierra cuentan. «Veo la poética de Calvino y me sigo emocionando cuando estoy montando las luces. Oigo la canción que cantan al final y pienso: éste es el teatro que yo quiero hacer. No sé si es el que le va a gustar al espectador, pero sí es el que me sigue emocionando», se sincera Lavín. Y ahí están ellos, celebrando más de un cuarto de siglo juntos. «Nos va muy bien –reconoce Lavín–, pero porque somos muy cabezones. Estamos en la barca, remando, y vienen olas, más grandes o más pequeñas, pero seguimos adelante».