Religión
Hijos amados
Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid
Lectio Divina de la Fiesta del Bautismo del Señor
Después de 30 años de vida oculta, Dios muestra quién en verdad es Jesús: su Hijo amado. Por medio de él Dios quiere hoy mostrar también quiénes somos: sus nuevos hijos. Es necesario que nos conozcamos como tales, que tomemos conciencia de esta condición que precede y sostiene toda otra gracia que recibimos de Dios. Ya que Él nos ha amado tanto como para hacernos sus hijos, amemos también nosotros como para mostrar a todos que lo somos.
“En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco»” (Marcos 1, 7-11).
Hay quien se dice creyente porque no niega que Dios exista, pero la auténtica fe va mucho más allá de esta afirmación connatural al ser humano. Lo que deshumaniza es precisamente lo contrario: negar a Dios o vivir con indiferencia ante Él. Además, en sentido estricto, Dios no “existe”. Él Es. “Yo soy el que soy”, fue el nombre que reveló a Moisés desde la zarza que ardía sin consumirse (Éxodo 3, 14). Él es por sí mismo y da el ser a cuanto ex-iste, llenándole de un amor que le hace arder sin consumirle.
Pero cristianamente vamos aún más allá. Porque Dios se nos ha revelado en Cristo con las palabras que toda persona necesita escuchar: Tú eres mi Hijo amado. En ti me complazco. Así revela su definitivo nombre: Dios es amor (1ª Juan 4, 8). Cada seguidor de su Hijo queda invitado a adentrarse en esa filiación en la caridad y la libertad que nos hace arder de vida plena, como los Apóstoles, sobre quienes vino el Espíritu Santo como llamaradas de fuego para hacerles testigos de la vida nueva (Hechos 2, 1-13). He aquí el punto decisivo.
Sirve de poco repetir lo que oímos decir a otros sobre Dios, si no le dejamos poner en luz lo mejor de nosotros mismos. La fe es relación, diálogo, riesgo, seguimiento personal. No la repetición de una opinión común. Zarzas que se agostan encontramos en cualquier parte. En cambio, alguien que arde de amor divino sin consumirse nos hace detenernos y preguntarnos sobre lo verdaderamente importante. ¿Has experimentado la paternidad de Dios? ¿Crees en Él sólo porque te lo han dicho o porque lo amas como tu Padre, Salvador y Amigo? ¿Has echado ese parón ante el Misterio que cambia la existencia?
Estos días son propicios para volver a la gracia de tu Bautismo y dejarte encender por Dios, que habita en ti por ser amado hijo suyo. Él no quiere violentarte ni destruirte. Pero si le dejas, podrá fraguarte en el fuego de su perdón y su gracia como metal precioso hasta sacar de ti una joya. Así corresponderás amando con el mismo ardor del Espíritu a cada prójimo que se te presenta. No te costará entregarte al servicio y la escucha. Tampoco perdonar y reconciliarte con quien lo estás necesitando. Es la espiral del amor que Dios pone en movimiento. Quien le ama procura seguirla hasta el infinito.
Hoy repite confiado:
¡Oh, Dios, sé tú mi Padre!
Hazme experimentar tu amor íntimo y transformador.
Que yo no tema vivir como hijo tuyo.
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