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Del haber sido al llegar a ser

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid

Del haber sido al llegar a ser
Del haber sido al llegar a serJosé Javier Míguez RegoJosé Javier Míguez Rego

Lectio Divina de este II domingo del tiempo ordinario

¿Cuántas veces te has preguntado en tu faena diaria quién eres en verdad? Porque no son tus acciones las que te definen, sino tu ser. Agitur sequitur esse, enseñaban los antiguos: “El ser está por delante del hacer”. Pero el día a día te exige respuestas prontas; lo importante se va sustrayendo a lo urgente, y la pregunta fundamental queda sonando a tu puerta mientras debes repetir tu rutina. Ha de llegar el momento en que atiendas a esa moción más profunda, que es el mismo reino de Dios latente en ti. Fue lo que Cristo hizo vivir a sus primeros discípulos, y sigue siendo su modo de despertar a todos los que han de seguirle. Leamos con atención:

«Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”. Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él».” (Marcos 1, 14-20).

No era vano el quehacer de Andrés, Pedro, Santiago y Juan con sus barcas y sus redes, pero había de alcanzar un nivel mayor. El evangelio nos dice que “eran pescadores”, pero la forma verbal determinante del pasaje no es este pretérito de su condición inicial, sino la que se dirige hacia adelante: “fieri”, “…que lleguéis a ser pescadores de hombres”. Su oficio previo era bueno y necesario, pero aún le faltaba el hecho decisivo para alcanzar su plenitud. Debían hacerlo por Cristo, con Cristo y en Cristo. De esto se trata la conversión a la que él mismo llama a todos desde el inicio de este texto. Porque todo parte del encuentro con él, que nos atrae, transforma y encamina hacia mucho más de lo que hubiéramos esperado; no cancela lo que hasta ahora hemos sino, sino que nos purifica y hace trascender hacia nuestro ser más auténtico. Porque él mismo es la verdad y la vida que todo hombre anhela alcanzar.

Esto es lo que aparece en la versión de Marcos sobre la vocación de los primeros discípulos de Jesús, que complementa y acompaña la versión de Juan que leíamos el domingo pasado. Si en aquel texto el rasgo distintivo era el juego de miradas, que nos adentraba en el misterio mismo de la Santísima Trinidad, en este de hoy lo es el pasar de lo que “éramos” a lo que podemos “llegar a ser”, que anuncia el itinerario de los santos. Es Jesús quien tiene la iniciativa de escoger y llamar personalmente a los que él quiere constituir en discípulos suyos y les hace pasar de una antigua condición incompleta a la realización de su verdadero ser haciéndoles vivir todo con él, por él y en él.

No nos hacemos cristianos por accidente o por propia iniciativa entre otras tantas propuestas religiosas. Si somos seguidores de Jesús es porque Él mismo nos ha escogido y convocado para formar parte de los suyos. Como lo expresó Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). Si revisas tu propia historia de vida, podrás ir comprendiendo cómo Él te ha dirigido esta llamada a través de caminos misteriosos que evidencian su amor por ti. Tómate unos minutos para reflexionar sobre esto. Vuelve a esos momentos de encuentro personal con el Señor, cuando se te ha mostrado en tu intimidad y a la vez radicalmente trascendente, hecho similar a ti para que te hagas semejante a él, que te revela tu verdad personal, pero no te aísla en ti mismo, sino que te abre al encuentro de todos.

“Seguidme”. La llamada de Jesús a sus discípulos no es para aprender simplemente una doctrina. Es para recorrer un camino que da un sentido nuevo a la propia existencia, la relación con los otros y, sobre todo, nos dirige hacia la vida eterna. Por eso implica la conversión de dejar atrás una vieja vida, aquello que “éramos”, representado por las barcas y las redes en la orilla, necesitadas de alcanzar la plenitud de sentido que Cristo ofrece. “Seguidme…”, son las palabras con las que él llama a sus discípulos al camino de realizaciones y conquistas con él, y que por eso mismo no dejará de implicar también la cruz de la abnegación, las noches oscuras y la caridad como norma de vida, para entrar así en la gloria. Ahora esta llamada se dirige a nosotros. Queda de nuestra parte estar atentos y responder con valentía y generosidad. Así pasaremos de lo que hasta ahora hemos sido hasta lo que verdaderamente nos hará ser.