Religión
El significado de la fiesta
Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid
Lectio Divina de este V domingo del tiempo ordinario
Recientemente encontré un libro perdido de mi biblioteca: “La fiesta de la insignificancia”, de Milan Kundera (2014). Esta es una novela satírica que deja ver la futilidad de la sociedad occidental, en que las personas centran su atracción en el ombligo y así quedan reducidas a ser una soledad de soledades, cuyo destino es procurar elevarse sobre los demás para “reírse de su eterna estupidez”. Recuerdo que cuando leí esta novela vi claramente reflejada la mayor pobreza a la que podemos quedar reducidoslos seres humanos: el retraimiento y el sinsentido. Este riesgo es especialmente vigente por nuestra situación actual, cuando por razones sanitarias tenemos que guardar distancia física hacia los otros y llevar el rostro cubierto. Ante ello Cristo nos revela hoy que la soledad no tiene por qué convertirse en retraimiento, ni debemos temer el contacto con los otros si reconocemos que somos seres creados para la relación, y relación de amor, que es donación de sí y acogida al otro.
«En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron: “Todo el mundo te busca”. Él les responde: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido”. Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios» (Marcos 1, 29-39).
Jesús sale de la sinagoga, donde se proclaman las promesas de Dios y se le da culto, para salir a llevarlo a quienes necesitan de Él. Al declinar el día, vuelve al diálogo íntimo con Dios en su oración personal. Entre una y otra expresión de su amor al Padre, él va al encuentro de los hombres. Coge de la mano a la suegra de Simón Pedro, y hace que se le pase la fiebre, como también sana a otros muchos enfermos y endemoniados. A diferencia de los personajes de Kundera, estos no se levantan de su postración para elevarse sobre los demás y reírse de ellos, sino para ponerse a servir, como la mismasuegra de Simón. Porque Cristo ha salido de Dios para superar el alejamiento entre lo humano y lo divino y, por tanto, de los hombres entre sí. La gente se puede re-unirdonde él está presente, y así dejan de ser soledades insignificantes para convertirse en Iglesia, pueblo de Dios congregado. Porque así como Cristo se adentra en las casas y en los males que someten a los hombres, aislándolos y generando el caos existencial, también nos adentra a nosotros en lo íntimo de Dios, que nos libera y nos reúne en el amor. Este es el punto determinante de su persona: él es capaz de armonizar su mirar hacia dentro de sí y hacia lo alto para amar a Dios sobre todo y, en consecuencia, sabe mirar hacia fuera de sí para amar a los hombres.
“La insignificancia –sentencia uno de los personajes de Kundera– es la esencia de la existencia. Está con nosotros en todas partes y en todo momento. Está presente incluso cuando no se la quiere ver: en el horror, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias”. Pero desgracia es llegar a afirmar esto. ¿Cómo se puede vivir considerando que no tiene valor la vida, que nada importamos? La buena noticia de Cristo es que él encuentra su propio significado en el amor del Padre y sale a nuestro encuentro para que también nos descubramos significativos para Él. Porque para quien ama nada es insignificante, todo tiene valor, todo revela algo mayor. Cristo asume el horror humano y entrega su propia sangre para redimirlo por el amor hasta el extremo. En cambio, unavida cerrada sobre sí misma realmente se frustra en su propia insignificancia, porque es propio de lo vivo crecer y dar fruto, ofrecerse y acoger. La persona alcanza su significado cuando se abre al amor, que es éx-tasis porque es salida de sí, tanto hacia lo más alto, que es Dios tan distinto a nosotros, como hacia el prójimo, tan semejante en nuestra necesidad de sentido y de verdad. Así queda desenmascarada la mentira de lo insignificante: pensar solo en uno mismo, centrarnos “en el ombligo”, creyendo que el tener y el placer son los que nos dan el ser. Por ello, hoy en la misa volvemos a este pasaje del evangelio y nos presentamos ante Dios como los que aquí aparecen reunidos ante Cristo, reconociéndonos necesitados de su palabra y su Cuerpo y su Sangre entregados por amor, que dan significado a nuestra vida porque le dan la verdad. Miramos a los demás como semejantes en esta misma necesidad y, superando todavisión superficial, dejamos que él nos congregue en la unidad. Esta es la fiesta que da significado a lo que somos.
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