Religión
Creer es avanzar
Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid
Lectio divina para este domingo XIV del tiempo ordinario
Jesús no pudo hacer muchos milagros en Nazaret por la falta de fe de su gente. Esto nos pone delante de una pregunta crucial: ¿De quién dependen los milagros, de Dios, que todo lo puede, o del ser humano, tan limitado? Esta cuestión recorre toda la experiencia religiosa humana, y es, por tanto, tan vigente para nosotros como entonces para los contemporáneos de Jesús.
«En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo y lo seguían sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?”. Y se escandalizaban a cuenta de él. Les decía: No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando» (Marcos 6, 1-6).
En el original griego del evangelio, “milagros” o “prodigios” se dice dynameis, “mover”. Los milagros de Jesús son un “poner en movimiento”. Lo contrario a esto es quedarse estancado, dejar todo como está, perder la oportunidad de crecer hasta Él. A diferencia de Cristo, que salió de Nazaret a mover y remover el mundo entero, la gente de este pueblo se quedó estancada; no se movieron. Permanecían aferrados a lo conocido, en ese encasillar cosas y personas en esquemas demasiado fijos. Ni se movían ellos ni dejaban que lo que tenían alrededor pudiera moverse hacia lo nuevo y sorprendente. La fe, en cambio, es la fuerza que nos incorpora a los movimientos de Dios en la vida del mundo. Ciertamente es Dios quien obra los milagros, pues Él pone en movimiento todo lo que existe, pero nos ha dado la libertad de responder a sus mociones o detenernos y obstaculizarlas. Por eso la fe no se trata de creer en Dios como un concepto fijo, sino de que nuestra existencia se mueva en Él y por Él. De modo que el mayor milagro es la renovación de la vida quienes dejan que Dios actúe en ellos, les desafíe y envíe al mundo como sus profetas de hoy. Esto exige radicalidad, confianza y valentía, que ya están latentes en nosotros. Basta romper la inercia para activarlos.
Si algo te detiene, no es Dios.
Avanza siempre.
En la creación todo avanza, circula, se transforma.
Solo la muerte detiene todo.
Si nos detenemos, firmamos nuestra sentencia de muerte. Muerte a cuentagotas.
Porque hay tantos modos de estancarse, de morir. Paradoja del estancado que muere arrastrado por las corrientes de la muerte.
Se estanca el que se aferra al “siempre he sido así”, y no se aventura al siempre más. Muerte del que se negó a vivir.
Se estanca el que fija un rumbo tan estricto a su nave que pierde el gusto por navegar. Muerte por bitácora.
Se estanca el que no sueña por miedo a perder la razón. Muerte del insomne.
Se estanca el que no es creativo por aferrarse a la seguridad de lo lógico. Muerte por silogismo.
Se estanca el que lleva una vida tan cómoda que en su final solo pide una muerte digna. Deshonrosa muerte.
Muere el que no descubre a los demás como un tesoro. Muerte autosuficiente.
Se estanca quien espera que todos actúen según sus normas, incluso si muy justas. Amor de funcionario: papeles en regla, asunto resuelto. Muerte sellada.
Se estanca el que juzga, el que usa al otro para sus propios fines, el que espera el rédito por lo que da. Se detiene y muere solo.
Y si algo te detiene, no es Dios.
Se detiene el que se amolda a una imagen de Él o que le amolda a sí mismo. Autoinmolación a un ídolo.
Se estanca el que no reconoce en cada encuentro con el otro una visita del cielo, y no ofrece posada al hijo de Dios que podía nacer en su casa. Muerte del pagano.
Se estanca el que no reconoce el paso de Dios en la propia historia y no responde con decisión y optimismo a lo nuevo.
Alma que no crece, muerte pusilánime.
Se estanca el que no siente el soplo de la inspiración. Muerte por asfixia existencial.
Se estanca el que no escucha el golpeteo de Dios a su puerta en cada latido del corazón. Muerte de microcardia.
Queda claro, si algo te detiene, no es Dios. Es idolatría, que es la muerte del alma.
Porque hay tantas formas de detenerse, de morir.
Tú no te detengas. Eres de Dios.
Debes crecer hasta llegar a Él mismo. Creced y sed fecundos es el mandamiento creatural.
Vívelo. Crece y multiplícate.
No entierres el talento de ti mismo. Sé quien eres, novedad incesante.
Supérate en cada paso de esta vida. Aspira siempre a más.
Y vive como hijo de Dios.
Pasa por este mundo dejando huella. Y la dejas solo si abres camino.
No temas nada. El destino en esta tierra está asegurado: la cruz. Si eres capaz de llevarla, no te importará cómo.
Avanzarás.
Y de tu corazón traspasado brotará vida fecunda. De tu último aliento, el Espíritu.
Y a uno que ha vivido así la muerte no lo puede eliminar. Vencerá la vida. La verdadera.
Entonces, correrás.
Con todos los que avanzan contigo.
En libertad.
En el movimiento incesante de ser cada vez más tú mismo y más nuevo con los otros y con Dios.
Dios que nunca se detiene.
Dios que siempre es más porque es libertad.
✕
Accede a tu cuenta para comentar