Cine

La claqueta canoniza a los mártires de El Salvador

Imanol Uribe revisita la masacre jesuita de El Salvador 28 años después

El cineasta Imanol Uribe ha recreado en «Llegaron de noche» la escena del asesinato de los mártires de la Universidad Católica de El Salvador
El cineasta Imanol Uribe ha recreado en «Llegaron de noche» la escena del asesinato de los mártires de la Universidad Católica de El SalvadorfotoLa Razón

Esa madrugada de 16 de noviembre de 1989 continúa atravesada como un disparo en el corazón de Chema. Aunque él no recibiera ninguno. La escena que contempló nada más llegar a la casa de los jesuitas se registró en su retina de tal manera que todavía hoy la contempla como si solo hubieran pasado unas horas de la masacre. Se topó con sus seis compañeros acribillados, junto a Elba, la salvadoreña que atendía la comunidad religiosa y su hija quinceañera Celina. «No logro que se me borre esa imagen de los dos cadáveres de las mujeres. Vi a esa madre tendida en el suelo, destrozada a balazos como si quisieran partirla por la mitad y, a la vez, ella trataba de proteger sin éxito con una pierna y un brazo a esa adolescente».

Es el fotograma custodiado en la memoria de Jose María Tojeira, el religioso que certificó la muerte de los que desde ese instante se convertirían en los mártires de la UCA. O lo que es lo mismo, la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de San Salvador. Seis consagrados y dos laicas fueron asesinados, con el español Ignacio Ellacuría al frente, el rector abanderado de la teología de la liberación y objetivo prioritario del régimen militar por ser voz de denuncia ante la injusticia y la corrupción, una voz incómoda que buscaron acallar como fuera.

Cerrar las heridas

Lamentablemente aquel plano no fue una película para Tojeira, pero se congratula al verlo reproducido tal cual en «Llegaron de noche», la cinta con la que Imanol Uribe eleva a los altares del cine a estos curas y a estas mujeres y, por añadidura, a las más de 80.000 víctimas de una guerra civil que se dio por terminada en 1992, pero que no ha logrado todavía hoy cerrar sus heridas. En las salas desde el viernes y más que aplaudida en el Festival de Cine de Málaga, aborda la tragedia desde el relato de Lucía Barrero, la única testigo de lo sucedido a la que pone voz y rostro Juana Acosta. Junto a ella, Juan Carlos Martínez, Karra Elejalde y Carmelo Gómez. Carmelo o Chema.

Los cuerpos de los sacerdotes y las mujeres asesinados, en una imagen tomada el 16 de noviembre de 1989
Los cuerpos de los sacerdotes y las mujeres asesinados, en una imagen tomada el 16 de noviembre de 1989Wesley BookeAgencia EFE

Porque el propio Chema se reconoce hasta tal punto en el actor que le encarna, que no ve a otro en la pantalla, sino a sí mismo. «Cuando lee la homilía que yo pronuncié cuando estábamos en la misa de difuntos con los cadáveres enfrente, lo hace con las mismas palabras y con una tonalidad tan parecida a la que yo tenía entonces, que me impactó», apunta Tojeira, que en aquel entonces era el provincial de la Compañía de Jesús en el país. Desde la butaca, Chema también se siente interpelado por esta Lucía revisitada por Juana Acosta: «Transcribe muy bien el dolor y el valor de esta mujer sencilla que fue profundamente fiel y firme en la defensa de la verdad».

Licencias cinematográficas

Tojeira ha sido uno de los asesores que la Compañía de Jesús puso a disposición del equipo de Uribe. Aunque nació en Vigo, nada queda de su acento gallego de cuna a un hombre que se sabe salvadoreño y que a sus 75 años sigue a pie de obra, dando clases de teología en la UCA y como párroco en la Iglesia del Carmen. A sus manos llegó un primer guión sobre el que hizo acotaciones que fueron introducidas, tal y como ha constada en el resultado final.

Además, mantuvo reuniones con varios actores, con Gómez a la cabeza, para orientarles. «Descubrí que son grandes profesionales y que interpretar un personaje no es memorizar un guión y ponerse delante de la cámara sin más. Hay un trabajo enorme detrás por su parte para profundizar en el papel. Preguntan y repreguntan». Chema bromea sobre un golpe de efecto en la ficción que él mismo habría propiciado en relación al padre Paul Tipton, encarnado por Ben Temple, el sacerdote norteamericano que colaboró en el proceso para liberar en un momento determinado a Lucía: «Hay una escena en la que este jesuita discute con un agente del FBI y le pega un puñetazo. Eso no pasó nunca, pero es culpa mía, porque cuando me consultó cómo era ese cura, le conté que tenía un estilo John Wayne y quizá por ello se permitieron esa licencia».

Para Tojeira, «es una alegría fuerte ver que se lleva a la gran pantalla unos mártires que han sido testigos de la verdad». «Siguen vivos en la conciencia de la gente y, ahora, en el cine», asevera. En esta misma línea, sentencia que «todo recuerdo hace justicia con las víctimas. Sin verdad no puede haber justicia. Y esta película, con su sobriedad y lealtad, es un acto de justicia».

Y no lo dice desde un discurso retórico en abstracto, sino porque fue él quien pilotó desde sus inicios el proceso judicial para que el crimen no quedara impune. En estas tres décadas ha constatado la ligereza con la que han desfilado los culpables del asesinato múltiple dentro y fuera de los tribunales. Solo dos militares fueron condenados en 1991 y liberados dos años después por la ley de amnistía.

Bajo el principio de justicia universal, en España se logró que la Audiencia Nacional abriera una investigación en 2009 que desembocó en 2020 en una condena a 133 años y cuatro meses de cárcel al que fuera coronel y viceministro de Seguridad Pública del Ejército salvadoreño, Inocente Montano. Precisamente, este mes de enero y después de tirar prácticamente la toalla en el país centroamericano, la Sala de lo Constitucional del Tribunal Supremo de El Salvador avalaba la reapertura del caso y en estos momentos el ex presidente Alfredo Cristiani está en búsqueda y captura.

Lejos de mirarlo con optimismo, Tojeira y los demás jesuitas están «a la expectativa, no tenemos demasiada esperanza porque en las resoluciones judiciales vemos contradicciones». «Sentimos que el sistema podría estar funcionando con muchas manipulaciones. De repente dan carpetazo a un caso grave como la masacre de El Mozote, donde asesinaron a mil personas, la mitad menores, y reabren el nuestro», apunta.