Oración
Crecer y dar fruto
Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid
Lectio divina del evangelio de este domingo XV del tiempo ordinario (Mateo, 13,1-23).
«Jesús salió de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas…».
Contempla a Dios que sale de su casa, es decir, que no se queda en sí mismo, aferrando su reino solo para Él. Tan completo en sí mismo como para ofrecerse a otros; tan libre porque no teme perder nada. Así es Dios, siempre creativo, difusivo y generoso. «Yo soy el que soy», fue la primera revelación de su Nombre (Éxodo 3, 14); «Yo soy el que doy», es el que nos muestra hoy. Porque Él sale de sí para dar, y dar a manos llenas, sin cálculos mezquinos ni argumentos complacientes. Se da a sí mismo tanto a la tierra propicia como a la que alguna vez podrá dar un brote imprevisible. Porque no es de la tierra que tenemos que esperar algo, sino que ponemos en Él la esperanza de recibirlo todo.
Este Sembrador que sale y se pone en movimiento también se sienta para enseñarnos, mientras tantos van de un lado a otro. Así día a día, siglo a siglo, desde todas las orillas de este mundo que parece ancho e inabarcable, pero que es también solo una semilla que aún ha de germinar hasta su plenitud en Dios. Y en este mundo, desde estas orillas, hoy Él sigue enseñándonos en parábolas, es decir, en un lenguaje tan significativo como misterioso. Porque así es la vida en todos sus aspectos: Cuando creemos que la podemos explicar del todo, se nos oculta y nos lanza más allá. Por eso has de aprender, sílaba a sílaba, este lenguaje con el que Dios nos habla cada día, sin hacer todo tan explícito. Realmente se ama más lo que se va desvelando que lo que ya se tiene por sabido. Una alborada mueve más a la escucha y al asombro que una luz artificial que se enciende sin más.
«…Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron…». Esa semilla no dio fruto porque no se está en este mundo para quedarse en los bordes, sino para ser camino para muchos, aprendiendo a salir de nuestra comodidad para que fructifiquen los talentos que el Creador nos ha confiado. Por eso, nunca te quedes al margen de lo que sí puedes asumir y hacer mejor. Que el miedo no te detenga ni el egoísmo te encierre. Aventúrate al camino de la vida y vivirás. Sal de ti mismo para ofrecer tu don, pues lo que no se da, se pierde.
«...Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó…». Y tan claras como ese sol estas palabras. Porque puedes creer que vives y creces, pero si tus raíces no van al fondo de ti mismo y de la verdad, más temprano que tarde te secarás sin dejar vida. Por eso, ve con fuerza y decisión al fondo de ti mismo y de las cosas; sondea, indaga, pregunta, y, sobre todo, déjate nutrir.
«Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y la ahogaron…» Necesitamos tanto que nuestras raíces sean hondas como fuerte nuestro tallo. Que este se haga tronco macizo contra todo lo que nos quiera robar la vida. Hablamos de la firmeza de tu fe, que ha de mostrarse como amor cierto e inquebrantable, tenaz en perseguir siempre lo más alto; que se deje mover por el soplo del Espíritu, y permanezca en ser quien es.
«El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta». Fíjate que no fueron todas las semillas las que dieron fruto, ni todas en la misma cantidad, pues a Dios le basta un pequeño grupo fiel y bien dispuesto para realizar sus maravillas. Es decir, a su derroche de amor le basta la respuesta libre y generosa de quienes se dejan surcar, limpiar y trabajar. Por eso, tú no te cierres a lo que parece romperte, pero en verdad te está haciendo germinar. No temas cuando se remueve tanto de lo que crees ser, pero que sobra para que des vida. Acoge, más bien, esa vida que viene desde más allá de ti, y más allá de ti seguirá multiplicándose, esparcida, cuidada y recogida por el Sembrador que te llama a unirte a Él. Esa llamada es para crecer y dar un fruto que permanezca para siempre.
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