Oración

Todos, pero no todo

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Pintura de John Everret Millais, "Parábola del banquete nupcial"
óleo sobre Lienzo de Edward Hopper (1962)Liverpool Museum, Reino Unido.

Lectio Divina del evangelio de este domingo XXVIII del tiempo ordinario

Dios siempre ama, pero no todos están dispuestos a honrar su amor. Él siempre llama, pero no todos responden adecuadamente. Siempre quiere hacernos mejores, pero hay quien no quiere cambiar. Y cada uno recibe lo que escoge libremente. Este es el mensaje del evangelio de hoy, que es tremendamente clarificador en nuestra actualidad eclesial y mundial.

«En aquel tiempo, de nuevo Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados: ‘Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda’. Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad…

En la vida y en las parábolas de Cristo, como esta que leemos, el banquete siempre es signo de la cercanía de Dios y la comunión con Él, que suscitan gozo y libertad. Sobre este trasfondo, sin embargo, puede ocurrir la paradoja de quien se niega a tomar parte adecuada de la invitación. Esos son los que posponen a Dios para ir tras lo suyo, postergándolo ante otros criterios y prioridades. Sin embargo, Dios no cambia su decisión de entrar en comunión con los seres humanos y, si el pueblo del Antiguo Testamento rechazó a Cristo, Él ha extendido su llamada a toda raza y nación. Veamos cómo lo sigue narrando la parábola:

…Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”. El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los servidores: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos» (Mateo (22,1-14).

Cristo llama a todos a su Iglesia, a todos. Ahora bien, la Alianza del Nuevo Testamento no rebaja las exigencias del primero. Así como el primer pueblo elegido selló un pacto con el Señor, en el que se comprometió a cumplir sus Mandamientos, el nuevo y extenso pueblo, que es la Iglesia, también debe cumplir lo mínimo que Dios exige para entrar en su presencia. Recordemos que el mismo Cristo dijo que él no vino a abolir la Ley divina, sino a llevarla a su plenitud (Mateo 5, 17). Es decir, si los primeros invitados no debieron posponer su respuesta a la salvación, que se ofrece en el banquete eucarístico, los segundos no la deben presuponer. Unos y otros deben ser responsables ante la gratuita llamada de Dios.

Dios invita a todos a su presencia, pero hay que saber presentarse. La gratuidad de su invitación no significa que podemos llegar ante Él de cualquier manera. El invitado que no se vistió adecuadamente para la celebración no se interesó por amar al anfitrión, como lo hicieron aquellos primeros invitados, que solo estaban pendientes de lo suyo. En los pueblos antiguos toda persona disponía de un traje para el culto y las festividades y, si carecía de este, los anfitriones se lo proporcionaban al entrar. Por eso la actitud de este personaje es verdaderamente la de un indeseable, que desprecia el valor de la ocasión, así como la dignidad de quien le está llamando y de los que tiene a su lado. Esto es lo que significa la vestidura blanca que se impone a los recién bautizados. Nadie es digno de recibir un don como el que Dios ofrece allí, pero los creyentes buscan responder a él a través de la catequesis, la renuncia al pecado y las promesas de la vida nueva. Es también el valor de la humilde frase del Centurión que repetimos en cada misa antes de acercarnos a comulgar: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para salvarme». Se reconoce la propia indignidad ante la voluntad de Dios de ponernos en comunión con Él, para entonces suplicar que sea su gracia la que nos sane y eleve.

Este verano en la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa, el papa Francisco lanzó una frase que pareció sorprender a muchos: «En la Iglesia, ninguno sobra. Ninguno está de más. Hay espacio para todos. Así como somos. Todos. Y eso Jesús lo dice claramente. Cuando manda a los apóstoles a llamar para el banquete de ese señor que lo había preparado, dice: "Vayan y traigan a todos", jóvenes y viejos, sanos, enfermos, justos y pecadores. ¡Todos, todos, todos! En la Iglesia hay lugar para todos. "Padre, pero yo soy un desgraciado, soy una desgraciada, ¿hay lugar para mí?". ¡Hay lugar para todos!» (Ceremonia de Acogida 3/8/2023). Algunos han malentendido estas palabras y las repiten como si el Vicario de Cristo estuviera anunciando rebajas a un mundo que más bien necesita los ideales más altos. Por eso es necesario advertir que ahí el Papa estaba refiriéndose precisamente a la parábola de nuestro evangelio de hoy, que es tan claro en diferenciar la llamada de Dios, efectivamente dirigida a todos, de la respuesta personal y coherente que cada uno debe ofrecer. Dios llama a todos no para igualarnos por debajo, como indiferenciada masa de mediocres, sino para hacer despuntar en cada uno el sentido de la propia dignidad y trascendencia. ¿Acaso Jesús dejó a la Magdalena siendo igual? ¿Dejó a Pedro con sus viejas cobardías, a Mateo con su usura y a Pablo con su cerrazón? A estos todos los llamó y a todos los envió, pero no les aceptó todo. Cada uno se sintió amado, valorado y llamado a mucho más. Por eso cada cual tuvo que dar los pasos de conversión que necesitaba según su propia condición. De esta respuesta de cada uno a la gracia de Dios dependió su propia ejemplaridad y grandeza.

Actualmente se están desarrollando en Roma las deliberaciones del llamado “Sínodo sobre la sinodalidad”, un encuentro en el que algunos representantes de la Iglesia universal disciernen sobre la dimensión comunitaria de esta, desde sus más pequeñas realidades, hasta sus grandes estructuras a nivel mundial. Para preparar este evento, en estos últimos dos años se han ido abriendo consultas a los más diversos miembros de nuestras sociedades, como un eco planetario de esa llamada divina que está abierta a todos y a todos quiere integrar. A esta primera fase de escucha le sigue ahora la ponderación y la respuesta por parte de quienes en la Iglesia han recibido la misión de enseñar y regir al pueblo santo, así como la de otros religiosos y laicos que les están acompañando. Los cristianos esperamos que eso se haga con los mismos criterios con los que el Señor inició su predicación de la buena nueva, dirigida a todos: «El tiempo se ha cumplido. Está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el evangelio» (Marcos 1, 15). Que la llamada universal del «Todos, todos, todos» no se vaya a tergiversar en un «Vale todo». Que sea la misma exigencia de conversión del Señor la que prevalezca en su llamada.