Oración

Crecer para ser

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

"Los trabajadores rinden cuentas", de Jan Pynas (1622)
"Tobías y el ángel", de Eduardo Rosales GallinasNarodni Galerie, Praga.

Meditación para este domingo XXXIII del tiempo ordinario

Multiplicar los talentos recibidos mientras llega el Señor. De esto se tratan las lecturas de este domingo, que continúan las enseñanzas de Jesús sobre las realidades últimas del juicio final y la vida o la condenación eterna. Leamos con atención:

«En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:

El Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a tierras lejanas; llamó a sus servidores de confianza y les encargó sus bienes. A uno le dio cinco talentos; a otro, dos; y a un tercero, uno, según la capacidad de cada uno, y luego se fue.

El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió un talento hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor.

Después de mucho tiempo regresó aquel hombre y llamó a cuentas a sus servidores. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; aquí tienes otros cinco, que con ellos he ganado”. Su señor le dijo: “Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor”.

Se acercó luego el que había recibido dos talentos y le dijo:

“Señor, dos talentos me dejaste; aquí tienes otros dos, que con ellos he ganado”. Su señor le dijo: “Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor”.

Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y le dijo: “Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que quieres cosechar lo que no has plantado y recoger lo que no has sembrado. Por eso tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”.

El señor le respondió: “Siervo malo y perezoso. Sabías que cosecho lo que no he plantado y recojo lo que no he sembrado. ¿Por qué, entonces, no pusiste mi dinero en el banco para que, a mi regreso, lo recibiera yo con intereses? Quítenle el talento y dénselo al que tiene diez.

Pues al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que tiene poco, se le quitará aun eso poco que tiene.

Y a este hombre inútil, échenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación”.» (Mateo 25, 14-30)

Nuevamente Cristo emplea una parábola para revelarnos el reino de Dios que viene en plenitud. Hoy nos hace entender que la espera de Dios implica una responsabilidad, es decir, la disposición activa que pone a producir todas las habilidades que Él mismo nos ha dado. Porque la bendición implica compromiso; lo recibido exige una respuesta en consecuencia.

En nuestra parábola de hoy aparece unos personajes que simbolizan las realidades últimas del Juicio y la Eternidad. El amo representa a Cristo, que se ha ido, pero volverá para pedir cuentas a sus seguidores; los talentos, moneda de gran valor en el tiempo de Jesús, son las capacidades y bienes que Dios nos entrega; los sirvientes, representan a quienes él confía estos talentos. También aparecen nuevamente dos actitudes antagónicas: Por un lado, están los que han sido hábiles para poner a producir lo recibido, mientras que, por otro, aparece el que actúa con pusilanimidad y cobardía. Lo que Dios nos da se multiplica en la medida en que se ofrece. Los tesoros son para ser invertidos y hechos fructificar. Porque Dios ha dado esta ley a toda su creación, como se ve desde aquel mandamiento original dado a nuestros primeros padres en el Paraíso: «Creced y multiplicaos» (Génesis 1, 26). Él no ha creado nada para que quede igual, sino que ha dispuesto todo para que germine, crezca y desarrolle todo su potencial. Por eso no basta con recibir los dones de Dios, ni siquiera con decir que nos sentimos muy bendecidos por Él. Es necesario que nuestra habilidad rinda frutos. Realmente nos jugamos la salvación en la medida en que ponemos o no a producir lo que somos y tenemos, en si somos valientes para hacer crecer las bendiciones que Dios nos da.

En contraste con la actitud de quienes han doblado la cantidad de dones que recibieron del amo, aparece la mezquindad de quien enterró el único talento recibido. Esta es una actitud pusilánime, que quiere decir “de alma pequeña”, propia del que tiene miedo, que es la peor manera de relacionarse con Dios y con los demás. El miedo paraliza, frena, deja en la esterilidad. En cambio, el que ama es solícito, audaz, inventa siempre nuevas formas de acrecentar el amor, va más allá de lo que ya posee para generar nuevos beneficios. Aquí es donde radica la diferencia entre el santo temor de Dios y el miedo a Él. Aquel es uno de los dones de su Espíritu Santo, mientras que este es un vicio del alma. El santo temor es una forma de amor ante la grandeza y bondad de Dios. Es un temor a fallarle, a no hacer las cosas como Él espera de nosotros. Por eso nos activa y dispone a pensar y actuar adecuadamente, mientras que el miedo nos deja curvados sobre nosotros mismos. Por ejemplo, unos padres primerizos, cuando toman a su bebé en sus brazos, temen equivocarse, no hacer las cosas bien y, con ello, causar un daño a su criatura. Pero ese temor es bueno y necesario, porque les mueve a pedir consejos, a dejarse enseñar y a ser especialmente cuidadosos. Es un temor de amor, tan distinto al miedo, que les hubiera frenado incluso para traer un hijo al mundo, que es una de las formas actuales más difundidas de enterrar los talentos.

El centro de esta parábola vuelve a ser que Dios no se conforma con que no hagamos el mal, sino que espera que hagamos el bien. Y mucho. El empleado miedoso no hizo “algo malo”. No mató ni robó ni engañó. Su mal fue la inacción de haber dejado de hacer el bien que debía, con todo y que era el que más fácil lo tenía, con un solo talento recibido, a diferencia de los que arriesgaron más. Por eso, tomemos conciencia de que un día, el definitivo de nuestra existencia, tendremos que responder ante el juicio de Dios sobre lo que hemos hecho con todo lo que Él nos ha dado. ¿Cuáles son esos talentos materiales y espirituales que estoy enterrando? ¿Confundo la prudencia, virtud tan noble y necesaria, con el miedo que paraliza y encierra? ¿Cómo he de darme a mí mismo en lo que tengo y lo que hago, de tal manera que mis capacidades no queden infecundas?