Oración

La puerta y el ladrón

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

El Buen Pastor, de Cristóbal García Salmerón. Óleo sobre lienzo, 141,3 x 108 cm.
La plenitud de la Ley MUSEO DEL PRADO. No expuesto.La Razón

Meditación para este IV domingo de Pascua

Cristo es el Buen Pastor, sí, pero hemos desfigurado esta realidad con un romanticismo ingenuo que distorsiona tanto su persona como la nuestra.

Una poesía y una iconografía fáciles nos muestran lo amable de su figura, pero no su exigencia ni su dramatismo.

«Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Juan 10, 7-10).

El pastor bueno es el que asume la carga de riesgo, esfuerzo y lucha que comporta apacentar el rebaño. Y lo hace porque él es el amor, que puede unir lo distinto, lo bueno y lo malo, en una única realidad que engendra vida. Vida en abundancia.

El pastor bueno dirige, porque de otro modo el rebaño erraría el destino.

Él defiende, porque la marcha conlleva peligros.

Sana, porque el que le sigue será vulnerado. Y lo hace con el bálsamo que mana de sus propias heridas.

Si hay pastor que cuida y defiende, hay aprisco donde custodiar a los suyos. Y si hay majada, hay cercado y hay puerta.

El aprisco donde Cristo nos refugia es su propio cuerpo, donde hemos sigo congregados en unidad: la Iglesia.

Dentro de ella, el corazón abierto del pastor es el lugar del reposo, de la esperanza y del cobrar nuevas fuerzas. De este manan los sacramentos como de una fuente que sacia, lava y fortalece.

Escuchar el latido de ese corazón en la oración es pulsar la armonía del cosmos e incluso mucho más.

Su voz es el pálpito eterno del ser, que infinitamente dice amor. Por tanto, el pastor es bueno y bello porque congrega en sí mismo la sombra y la luz, la negación y la afirmación, la muerte y la vida.

El cercado son las palabras que ha revelado por siempre, sostenidas por las piquetas de doctrina de la Iglesia, cual vallado extendido hasta los confines de las tierras y los tiempos hasta la última persona a quien se anuncia el evangelio.

Pero si hay aprisco y hay vallado y hay puerta es porque el ladrón se mantiene al acecho. Ese que solo quiere descalabrar el rebaño, desarraigándolo del corazón del pastor.

«Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños» (Juan 10, 1-5).

Es ladrón quien pretende el lugar que solo pertenece a Dios. Quien se hace ídolo para sí mismo, y sobre los demás quiere endiosarse.

Es ladrón el que hace preceder su criterio sobre la voz del Espíritu. Este inspira a las almas y a la Iglesia sin confusión ni separación.

Roba lo de Dios el que no pone los talentos recibidos al servicio de los demás, sino que piensa únicamente en su propio uso y disfrute.

Roba el que hace preceder el poder al servicio, el hacer al ser, la efectividad a la caridad.

Es ladrón quien enturbia, quien siembra la cizaña de la división y la duda, quien diluye la verdad de Dios en la ambigüedad del demonio. Es quien adultera criminalmente sus mandamientos, su exigencia y su consuelo, su contemplación y su liturgia.

Roba a Dios quien secuestra el culto debido a Él en celebración de sí mismo. Quien no recibe lo que misteriosamente nos ha sido dado, sino que manipula artificios en nombre del mismo Dios al que dice servir.

En cambio, entrar por la puerta implica adoptar la medida de Cristo, y esto supone la mayor pobreza de sí mismo que se pueda pensar. Su amor hasta la cruz es el umbral que hemos de atravesar para conquistar la vida.

Entrar es dejar atrás el mundo que pasa y pesa para asumir el suave yugo de la cruz de cada día; esa carga de amor que vincula y libera.

Dentro del aprisco somos apacentados por las palabras de vida, que han de cumplirse sin rebajas hasta la última letra. Allí nuestro pasto es el Cuerpo y la Sangre que nos han ganado la eternidad.

Cada esfuerzo espiritual, cada mirada de esperanza ante lo adverso, cada renuncia, cada elección del amor y la verdad son el pórtico hacia la luz a las que nos conduce el Buen Pastor. Contemplemos esa puerta por la que Dios nos invita hoy a pasar hacia una vida que se proyecta mucho más allá de nuestro breve tránsito por este mundo. Haciendo así seremos mucho más de lo que antes fuimos, con una nueva conciencia de nuestra dignidad y de los dones que tenemos para ofrecer.