Oración

Como ovejas con pastor

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Escultura de Jesús, Buen Pastor (siglo II), de los Museos Vaticanos.
Cripta de la Catedral de la AlmudenaLa Razón

Lectio divina para este domingo XI del tiempo ordinario

Dios no solo quiere dejarse servir por los seres humanos, sino que, en cierto modo, puede decirse que necesita de nuestro servicio para llevar a plenitud aquello que ha creado por amor y por amor quiere llevar a plenitud. Su mies es abundante y pide trabajadores que la guarden y cultiven. Leamos y meditemos:

«En aquel tiempo, al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.

Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.»

Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judás Iscariote, el que lo entregó.

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: “No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.» Mateo (9,36–10,8)

Estas palabras nos hablan de la necesidad que tenemos de ser guiados. Incluso más: nos hablan de la necesidad que ha querido tener el mismo Dios de guiarnos por medio de los hombres. Él, que creó todo de la nada, ha querido seguir generando vida mediante el servicio de otros. De modo que, así como la vida natural no surge espontáneamente, sino por el concurso de los padres, también la vida sobrenatural es generada y sostenida por el servicio de los trabajadores de la mies del Señor. Este es un punto crucial en la dinámica de la salvación. Dios quiere hacerse encontrar y dar el incremento de sus dones por medio de los hombres. ¡Cuánta falta nos hace volver a valorar esta realidad!

El mundo en que vivimos desconfía de la guía de los hombres por su inmadurez e inmanentismo. Es, cuanto menos, desconcertante que los padres ya no quieran ejercer la autoridad sobre sus hijos, sino ser «buenos amigos» suyos, a la vez que los hijos tiendan a pasar de estos colegas desfasados de edad y huyan a refugiarse en sus contemporáneos en busca de las grandes respuestas. Paralelamente, a los sacerdotes se nos pide que no nos presentemos como padres, pastores ni directores espirituales, sino como «acompañantes». Lo que se alcanza con todo esto es una sociedad y una Iglesia de masa indiferenciada, donde nadie guía ni se distingue, sino que todos son amiguetes que avanzan sin saber hacia dónde, consumiendo, divirtiéndose y atontándose sin más. ¿Se parece esto a lo que hacía Jesús con sus discípulos mientras iban de camino?

Nuestra cultura rechaza hoy la figura del guía porque se comporta como los adolescentes. Ha perdido la inocencia del niño y no quiere asumir la responsabilidad del adulto; prefiere la diversión a la dedicación, lo inmediato antes que lo trabajado, lo complaciente antes que lo exigente. El adolescente se rebela contra sus padres y maestros porque reclama libertad sin responsabilidad y autonomía sin razonamiento. Lo que no sabe es que la autoridad no está para imponer caprichos frustrantes, sino que es el medio natural para hacernos crecer. El término «autoridad», en efecto, proviene del latín «augere», que significa «hacer crecer». Dios dio autoridad a Adán y Eva sobre la creación no para que hicieran lo que les diera la gana, sino para hacerla crecer y multiplicar sus potencialidades, siguiendo reglas y procesos adecuados. Cristo enseñaba con autoridad y se la dio a sus apóstoles para que hicieran lo propio en el incremento de su reino.

Actualmente vivimos la deconstrucción de las principales instituciones sociales: de la familia a cuenta de la ideología de género, de los estados a causa de la globalización, de los centros del saber por parte del relativismo, así como la disolución de la misma Iglesia por la asimilación al mundo y la ambigüedad religiosa. Todo este zozobrar de los asideros humanos acentúa aún más que tantas veces nos sintamos a la deriva, como ovejas sin pastor que siguen cualquier otra voz en busca de respuestas. Pero también hoy Cristo quiere seguir poniendo personas en su Iglesia que han de ejercer su autoridad con propiedad y coherencia. «Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies…» Aquí radica el sentido de la autoridad de los padres según la carne y también la de aquellos según el alma, como la de los sacerdotes y maestros de la fe. Solo así podrá ser superada esa herida eclesial y social que tanto sangra hoy.

La pregunta que deja abierta el evangelio de hoy es si seremos capaces de asumir con responsabilidad y confianza la figura de nuestros guías en la fe. También si estamos dispuestos a asumir nuestra misión de obreros de la mies en cuanto nos toque como padres de familia o pastores de las comunidades. ¿Nos dejaremos cultivar como buena siembra del Señor, que requiere cuidado, orden y poda para crecer límpida hacia el cielo o preferimos seguir abandonados a nuestro capricho?