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Religión

Eterna felicidad o desgracia

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Fresco de Fray Angélco (1442), en el convento de San Marcos (Florencia) La Razón

Lectio divina para este VI domingo del tiempo ordinario

Las palabras de Jesús son siempre desconcertantes, rompedoras ante lo caduco y sin verdad. Por eso nos cuestionan y hacen asumir la vida desde una perspectiva diversa a la que buscaríamos instintivamente. De ahí que tanto sus bienaventuranzas, como los infortunios que declara y no quisiéramos experimentar, vienen a nosotros como oportunidad de crecimiento y libertad. Leamos con atención:

«En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas”.» (Lucas (6,17.20-26).

Pobreza, hambre, lágrimas, rechazo y persecuciones... Cuando algo de esto nos pasa, tratamos de salir de ello enseguida, nos encerramos en nosotros mismos por miedo o huimos hacia adelante. Cuánto deseamos, en cambio, la prosperidad, el disfrute, la admiración. Sin embargo, estas orientaciones de nuestros deseos nos hacen perder una gran oportunidad.

La lógica del evangelio invierte las prioridades y valoraciones que se le da fácilmente a lo que ocurre y a lo que se tiene. Necesitamos cambiar la perspectiva, buscar a Dios y así descubrir lo que verdaderamente vale.

Necesitamos tomar conciencia de que el dolor es connatural a la vida. Si pretendemos huir de él, lo convertimos en sufrimiento, pero si lo asumimos con fe nos hace crecer y avanzar hacia la plenitud. Porque el dolor nos viene desde afuera, mientras que el sufrimiento viene por nuestra decisión consciente o inconsciente de asumir erradamente eso que nos ocurre.

Un golpe que nos demos contra una cosa nos puede causar un dolor físico pasajero, pero si nos quejamos de nuestra torpeza o culpamos a otros, sufrimos también emocional y espiritualmente; nos hacemos infelices y no avanzamos. Eso mismo sucede con cualquier situación favorable o desafortunada que vivimos. Lo importante es tener bien orientada la brújula de nuestro navegar. Toda borrasca se puede aprovechar si sabemos manejar las velas de la barca de nuestra vida. Una pérdida puede hacer más ligero nuestro rumbo, mientas que acumular cargas innecesarias nos puede hacer zozobrar.

Cristo contrasta sus bienaventuranzas con las malaventuranzas, es decir, lo que reciben quienes quedan cegados por las falsas consolaciones de esta vida. Las riquezas nos pueden esclavizar en un horizonte muy pequeño, la saciedad nos embota, la diversión nos atonta y los halagos nos adormecen y condicionan. Lo que el mundo considera felicidad es ilusión y engaño, tan distinto a una vida con los ojos y el corazón abiertos. El Salvador nos eleva hacia cimas más valiosas y nos reta a superar nuestros límites. Por eso necesitamos meditar acerca de cuáles son esas riquezas, distracciones y saciedad que se convierten en cargas que nos estorban para alcanzar la libertad y la paz. ¿Cuáles son las cosas que puedo dejar de lado para merecer lo que en verdad vale?

El evangelio de hoy nos hace preguntarnos dónde estamos poniendo nuestra esperanza, si en Dios, que saca bien del mal y no permite que pasemos una prueba sin darnos la fuerza para superarla, o en nuestros medios, siempre insuficientes. Él nos hace descubrir que toda sombra tiene su revés bendito, toda dificultad es una oportunidad, toda cruz, el camino hacia la luz. No tratemos de huir de ello. Asumámoslo con el alma despierta para ver cómo nos revela el verdadero sentido de la vida.