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Hidroxicloroquina: El mayor escándalo científico de la era Covid-19

Este es el relato de los hechos que llevaron a la OMS, a reconocidas publicaciones científicas, ahora puestas en solfa, a una actriz de cine porno, a un escritor de ciencia ficción, a un empresario, y a todo el mundo, a hablar de un fármaco contra la malaria

Una enfermera del hospital universitario Morales Meseguer, de Murcia, muestra una dosis de hidroxicloroquina.
Una enfermera del hospital universitario Morales Meseguer, de Murcia, muestra una dosis de hidroxicloroquina.EfeEFE

El «había una vez» de este relato comienza el 6 de abril de 2020 cuando el sitio de internet Social Science Research Network (una «biblioteca» de artículos médicos aún no revisados por pares, se pone a disposición de expertos) publicó un artículo en el que se hablaba de los efectos beneficiosos del fármaco ivermectina (un antiparasitario) en los pacientes con Covid-19. La noticia era muy buena por varios motivos. Se trata de un fármaco disponible, económico, ya estudiado por sus efectos secundarios y fácil de llevar a cualquier lugar del planeta. También el estudio parecía muy sólido. Los argumentos se sostenían gracias a una base de datos de 169 hospitales en los cinco continentes, un total de 96.000 pacientes. Todo estaba justificado. O eso parecía al menos.

La segunda parte del relato comienza el 1 de mayo cuando la revista científica especializada New England Journal of Medicine (NEJM) publica otro estudio que afirma que tomar ciertos medicamentos para la presión arterial no aumentarían el riesgo de muerte entre los pacientes con Covid-19… algo que habían sugerido análisis previos. Nuevamente las conclusiones estaban respaldadas por una base de datos muy interesante: 169 hospitales de todo el planeta, con 96.000 pacientes aproximadamente.

Finalmente llegó el 22 de mayo y la reconocida publicación «The Lancet», da a conocer un artículo que señala a la cloroquina o hidroxicloroquina como un potencial peligro en pacientes con Covid-19, ya que tenían más probabilidades de mostrar un ritmo cardíaco irregular (un efecto secundario de este antimalárico que se considera raro) y tenían más probabilidades de morir en el hospital. Obviamente, y no es sorpresa a esta altura, el estudio había utilizado una base de datos de… ¡exacto! 169 hospitales de los cinco continentes y 96.000 pacientes. Qué casualidad.

Precisamente este estudio fue el que hizo saltar las alarmas. La cloroquina y la hidroxiclorquina, han sido aprobados como medicamentos antipalúdicos desde 1955, sus efectos adversos son muy conocidos y se ha demostrado su efectividad en diversas dolencias. El 17 de marzo de este año, la Comisión Científica Técnica de la Agencia Italiana de Medicamentos señaló su potencial uso para el tratamiento de Covid-19. Eso hizo que personalidades como Donald Trump y Jair Bolsonaro (presidentes de EEUU y Brasil respectivamente) alabaran su uso (algo que no se sabe si es bueno o malo, viniendo de estas fuentes). De este modo la cloroquina se hizo con un lugar privilegiado entre los posibles medicamentos contra la Covid-19. Tanto que la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) autorizó cerca de 30 ensayos con este fármaco y la OMS promovió un estudio internacional a gran escala vinculado a la hidroxicloroquina y la cloroquina. Por eso, cuando se supo de los potenciales efectos negativos, la noticia cayó como una bomba. Afortunadamente, antes de hacerla explotar, los científicos se dedicaron a analizar el mecanismo de la misma: destriparon los estudios.

La primera coincidencia obvia fue que todos habían utilizado la misma base de datos, provenientes de de una empresa estadounidense llamada Surgisphere. La segunda coincidencia era que en todos los artículos aparecía la firma de Sapan. S. Desai, director de la compañía Surgisphere, que en Linkedin contaba con menos de una docena de empleados, ninguno con experiencia en inteligencia artificial o procesamiento de datos y algunos con experiencia en áreas llamativas: como novelista de ciencia ficción o actriz de cine para adultos. El cable que iba directo al detonador estaba más cerca.

En una entrevista al periódico «The Guardian», el Dr. Carlos Chaccour, médico venezolano afincado en España, experto en malaria y residente en el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), comentó que allí había algo extraño. Especializado en ivermectina, Chaccour señaló que al leer el estudio vio «que los investigadores habían examinado esta enorme base de datos ... incluían 169 hospitales en Asia, Europa, África, América del Norte y América del Sur y 1.900 pacientes de Covid-19 atendidos por hospitales en esos países antes del 1 de marzo». Lo llamativo era que se hablaba de pacientes donde aún no se habían reportado casos, que se mencionaran hospitales que señalaban no tener trata con Surgisphere y que «África tuviera un sistema de salud tan avanzado como para proveer esa información al instante de modo electrónico», concluye Chaccour.

Cuando más voces señalaron nuevas inconsistencias en los datos en los que se basaban los estudios, Surgisphere comenzó a ser analizada a fondo. De acuerdo con el Dr. James Todaro, director de MedicineUncensored (una web que publica los resultados de los estudios de hidroxicloroquina), «Surgisphere surgió de la noche a la mañana y publicó uno de los estudios más influyentes en esta pandemia en cuestión de unas pocas semanas. Y con apenas 6 empleados según su página en Linkedin, entre ellos un escritor de ciencia ficción y una actriz de cine para adultos. Esto no tiene sentido. Serían necesarios muchos más investigadores de los que dice tener para llevar a cabo este tipo de análisis multinacional». A los pocos días, tanto «The Lancet» como el NEMJ y los otros autores implicados en los estudios, hicieron un descargo, señalando que había muchas dudas sobre cómo se habían obtenidos los datos en los que basaron sus conclusiones. Pero el daño ya estaba hecho: las bombas no tienen que estallar para ser efectivas, les basta con crear miedo. Las publicaciones tardarán tiempo en levantar cabeza.

Pero entonces… ¿es o no es efectiva?
Puede que nos parezca muy lejano enero, pero la realidad es que han pasado apenas seis meses desde los primeros brotes de Covid-19. Desde entonces los científicos de todo el planeta han puesto su mirada en aprender sobre SARS-CoV-2, la cepa del coronavirus que causa esta enfermedad. Y con ello se han dedicado a la caza y captura de posibles medicamentos contra la COVID-19. Y la hidroxicloroquina es uno de ellos.
La idea de utilizar fármacos contra la malaria no es nueva. Ya en 2003, durante el brote de SARS-CoV-1. En aquel entonces tanto la hidroxicloroquina como la cloroquina se exploraron como tratamientos potenciales, ya que según un estudio publicado en «Virology Journal» en 2005, la cloroquina podría inhibir la propagación del virus, al menos en laboratorio porque en los ensayos efectuados en seres humanos, los resultados no fueron igual de efectivos.
La clave aquí es el lapso de dos años entre el comienzo del brote y un estudio científico. La ciencia no trabaja con los mismos tiempos que las expectativas de la sociedad por una sencilla razón: persigue el mayor nivel de certeza posible, no el nivel más alto de esperanza.
Los últimos estudios sobre cloroquina e hidroxicloroquina dan conclusiones interesantes. Por ejemplo, uno publicado el 3 de junio en «The New England Journal of Medicine», descubrió que la hidroxicloroquina no era mejor que un placebo para prevenir la infección por SARS-CoV-2. El estudio involucró a más de 800 pacientes en los EE. UU. y Canadá, y no, no utilizó la base de datos de Surgisphere.
Tras el conocido como LancetGate, no hay muchos artículos recientes vinculados a los efectos, positivos o negativos, sobre el uso de cloroquina o sus derivados. Eso impide saber si podrá usarse como posible tratamiento contra la Covid-19. Y es lógico. La ciencia necesita tiempo para analizar todas las posibilidades y eso es incompatible con las prisas de la sociedad, el hambre de muchas publicaciones por continuar con un negocio millonario, la necesidad de científicos de publicar para cumplir contratos y las ansias de políticos por ser los «responsables» de traer una cura. Si de verdad queremos que la cloroquina o cualquier otro fármaco demuestre su utilidad, hay que esperar que se hagan todos los estudios necesarios. El lado positivo es que cada día sabemos más y nunca en la historia de la humanidad, se han puesto tantos recursos y se ha trabajado con tanto ahínco, para hallar una cura. Hasta que llegue: pa-ciencia.