Tribuna

Cáncer de mama: más investigación para más vida

«Es preciso acelerar la aprobación y financiación de fármacos contra el cáncer de mama metastásico»

A menudo, a los investigadores del cáncer nos preguntan cuándo vamos a acabar con él. Siempre contesto que el cáncer no es una enfermedad, posiblemente hoy aceptaríamos que son más de cuatrocientas. Del mismo modo que entendemos que no son lo mismo la Covid-19, el SIDA, la viruela del mono o la gripe, y son todas enfermedades víricas, debemos entender que no es lo mismo un cáncer de mama que uno de páncreas. Incluso dentro de los tumores de mama, o del páncreas, podemos clasificarlos en diferentes tipos. Como suele recordarnos Mariano Barbacid, al cáncer hay que ponerle nombre y apellidos. Y con lo que vamos sabiendo me atrevería a decir que debemos ir pidiendo su DNI.

En 1971 comenzó la «Guerra contra el Cáncer». Su mortalidad en conjunto había aumentado más de un 20% en los años precedentes y promovido desde la sociedad civil, llevado por un entusiasmo suscitado por la llegada del hombre a la luna, Richard Nixon planteó el reto de curar el cáncer en cinco años, coincidiendo con el bicentenario de la fundación de los EE UU. ¿Por qué se consiguió llegar a la luna y no hemos curado el cáncer todavía?

Subir a la luna fue fácil. Hizo falta mucho dinero, talento y esfuerzo, pero el conocimiento de la Ingeniería, Física, Química, materiales, etc. se conocían completamente o, al menos, en gran parte. En aquel momento intentar erradicar el cáncer era como haber intentado ir a la luna sin conocer las leyes de gravitación de Newton. Nadie esperaba en aquel momento que fueran nuestros propios genes los responsables de transformar a nuestras propias células en «egoístas, inmortales y viajeras», como llama Carlos López Otín a las células tumorales.

En estos 50 años se ha generado un edificio de conocimiento que hace que podamos plantarles cara a muchos tumores. Ahora sabemos que los cánceres son, en esencia, enfermedades de nuestros genes. Leer todos los genes de un ser humano, leer su genoma, se consiguió en 2001, se tardó 15 años y costó más de 3.000 millones de dólares. Hoy, sin embargo, podemos leer un genoma y buscar mutaciones en apenas unas horas y por unos pocos cientos de euros. Los genomas nos están dando pistas de cómo surgen los tumores y por qué dos tumores que parecen tan iguales al microscopio responden de manera diferente a los tratamientos. Ya podemos descifrar el genoma de un tumor célula a célula y la técnica es tan sensible y eficaz que permite detectar el ADN de un tumor en una muestra de sangre, lo llamamos biopsia líquida. Esta nueva forma de diagnóstico es, por ejemplo, para algunos casos de cáncer de mama más sensible que una mamografía. Hoy podemos diseñar fármacos contra dianas concretas y los tratamientos basados en inmunoterapias ofrecen unas posibilidades inimaginables hace solo veinte años. Generamos tsunamis de datos. Vivimos, percibimos, sentimos una revolución en los laboratorios. Estamos en la Década «D» de la «Guerra contra el Cáncer».

Se ha conseguido avanzar mucho y aumentar considerablemente la supervivencia frente a muchos tumores. Algunos que eran sentencias de muerte hace unos años, hoy son manejables. Sin embargo, para otros, necesitamos más investigación. Por un lado, para diagnosticar cada vez de forma más precoz, pero también para frenar las formas más agresivas del cáncer: las metástasis, cuando el tumor se escapa del sitio donde se originó y crece formando tumores diseminados.

Hoy se celebra el Día Mundial del Cáncer de Mama y hace unos días fue el del Cáncer de Mama Metastásico, que debe servir para visibilizar a todos los pacientes que lo sufren, para recordar que están aquí. Son la cara triste del cáncer de mama, ese porcentaje que no se cura y que sufren cuando se dulcifica el cáncer y lo vestimos de rosa. Al menos por un día pongámonos en su piel, porque sus cuerpos se desgastan por los tratamientos continuos y sus efectos secundarios, muchas veces, incapacitantes. Escuchemos y apoyemos sus reivindicaciones. Aunque sea egoístamente porque podríamos ser cualquiera de nosotros.

Todavía queda mucho por hacer. A pesar de todos los avances científicos, la media de supervivencia tras el diagnóstico en el cáncer de mama metastásico es de dos a cinco años, afectando sobre todo a mujeres de 30 a 55 años. La prevención y la investigación son fundamentales. No podemos perder ni un momento, «vivir es urgente», nos recordaba Pau Donés. Es preciso acelerar la aprobación y financiación de fármacos para llegar a controlar esta enfermedad.

Una vez escuché a José Luis Sampedro replicar a la afirmación «el tiempo es oro» con un contundente y rotundo «no, el tiempo no es oro. El tiempo es vida, el oro no vale nada». Esto es todavía más cierto en el caso de Pilar, Amparo, Mónica, Laura o Antonio… todos ellos pacientes con cáncer de mama metastásico, ya que sin investigación se les agota el tiempo. Necesitan de la sociedad más investigación para más vida.