Coronavirus

Así se vive en el barco del coronavirus: “No podemos acercarnos a menos de dos metros de otros pasajeros”

En el camarote de Matt a bordo del «Diamond Princess». Este estadounidense nos detalla su día a día confinado en una habitación del crucero de Tokio «contaminado» por el Covid-19

Matthew Smith, (en la imagen) se encuentra junto a su esposa Katherine en uno de los camarotes del «Diamond Princess»
Matthew Smith, (en la imagen) se encuentra junto a su esposa Katherine en uno de los camarotes del «Diamond Princess»larazon

La vida en el crucero «Diamond Princess» trascurre como si todos sus pasajeros se encontraran atrapados «en un cuadro de Dalí». «Es una situación muy surrealista», dice Matthew Smith, que nos atiende desde uno de los camarotes VIP de esta embarcación atracada en el puerto de Yokohama, en Tokio, y que lleva en cuarentena desde el 5 de febrero. La crisis en el interior del «Princess» se desató después de que uno de los pasajeros que desembarcó en Hong Kong diera positivo en la neumonía que tiene en alerta a todo el mundo. Hasta el momento, 174 personas, de las 3.700 que viajan en el barco, han dado positivo en el Covid-19.

«La verdad es que no tengo miedo de contagiarme porque no he interactuado con ninguno de los pasajeros y, además, creo que las condiciones de la cuarentena que se han establecido son suficientes para evitar una mayor propagación del virus», relata. Él viaja con su esposa, Katherine, y ambos, de 54 años, se declaran adictos a los cruceros. «Este es el octavo que hacemos, y todos con ‘‘Princess’’. En esta ocasión, queríamos hacer un viaje a Tokio y el itinerario nos pareció bien, era una buena escapada», reconoce. Pero todo cambió cuando hace una semana, «a las siete de la mañana –recuerda durante la conversación con LA RAZÓN–, nos mandaron un comunicado para informarnos de que habían puesto el barco en cuarentena».

Pasillos vacíos

El matrimonio dice sentirse afortunado por estar en un camarote privilegiado, ya que, mientras que hay pasajeros que se aglutinan en estancias de poco más de doce metros cuadrados, ellos gozan de una habitación muy amplia. «No quiero dar detalles para que otros no se sientan peor después de lo que estamos pasando, pero hay quienes solo tienen una ventana en su camarote», afirma. Sin embargo, los días pesan, y el hartazgo comienza a hacer mella en su estado de ánimo. Los pasillos están vacíos, no hay ruido ni conversaciones al otro lado de la puerta y, por supuesto, las actividades en el interior del barco han quedado totalmente prohibidas.

«Nosotros no hemos salido del camarote en ningún momento, tenemos balcón y podemos tomar el aire, pero la puerta no la hemos atravesado en una semana», dice. Los pasajeros en habitaciones interiores y aquellos que solo gozan de pequeñas ventanas «tienen permitido salir a la cubierta del barco durante períodos de una hora para hacer ejercicio y tomar aire fresco, eso sí, aquellos que salen fuera tienen prohibido interactuar a menos de dos metros», explica Matt. De hecho, este estadounidense nos muestra una hoja que ha repartido la tripulación en la que puede leerse cómo dividen en grupo a los pasajeros y a cada uno se le indica la hora a la que puede salir, la duración y la zona de la cubierta en la que estar. Matthew y Katherine no forman parte de estas «clasificaciones» y sólo hablan con los miembros de la tripulación que les llevan la comida, de la cual, este matrimonio de Sacramento no tiene queja. «No han repetido ningún plato en todos estos días. Recibimos tres comidas completas. El desayuno es, generalmente, zumo, fruta, yogur, cruasanes y muffins, luego nos ponen café o té y algunas veces productos adicionales. Para la comida y cena podemos elegir entre tres platos principales. Las porciones son tan grandes como lo fueron durante el crucero, y la calidad de la comida es igual de buena», relata. Eso sí, los camareros reciben el pedido bien por teléfono o a través de hojas con la selección oportuna y lo dejan en su puerta. Nada de contacto físico.

Pese a que tienen balcón y pueden «disfrutar» de las vistas de la bahía de Tokio, empiezan a estar cansados de la rutina en este «barco fantasma». «Nos tenemos que levantar más temprano de lo habitual porque debemos estar pendientes de que la tripulación nos traiga el desayuno, luego nos duchamos y yo hago la cama mientras Katherine limpia un poco el camarote. El resto del día lo pasamos viendo programas de televisión o películas y también adelantando algo de trabajo». Ambos son abogados y regentan un despacho familiar. El hecho de que su regreso a Estados Unidos se haya retrasado con motivo del coronavirus ha provocado un aumento en su volumen de trabajo acumulado. Contrataron un viaje de 15 días y ya llevan fuera de casa más de veinte.

Revisiones diarias

Antes de que se impusiera la cuarentena, los funcionarios de salud japoneses, que, según relata Matt, lo integran 45 médicos, 55 enfermeros y 45 farmacéuticos, tomaron la temperatura de todos los pasajeros. Aquellos que presentaban alta temperatura o tos fueron examinados en mayor profundidad para detectar, o no, el virus. «Les tomaron muestras de la garganta», matiza el viajero. Desde entonces, «lo único que nos han pedido es que tomemos nuestras propias temperaturas e informemos si tenemos una temperatura de 37.5 grados centígrados o si desarrollamos otros síntomas. Nosotros estamos bien de momento», afirma.

Pese a encontrarse en el ecuador de la cuarentena, el matrimonio se muestra optimista y, además, todavía se enfrentan a una evaluación médica final pese a no haber mostrado signos de contagio. «Antes de que nos liberen del crucero, nos harán nuevas pruebas y si todo está bien nos dejarán ir y si alguno ha estado cerca de algún enfermo deberá estar aislado otros catorce días», explica. Él y su esposa, pese a este contratiempo, están planificando ya su próximo viaje en barco, aunque el destino no lo tienen claro.