Mayores Clece

Los técnicos de limpieza del hospital de IFEMA: “Te llenabas de orgullo cada vez que daban de alta a un paciente”

Se apagaron los focos, pero los técnicos de limpieza que infundieron confianza a sanitarios y pacientes siguen trabajando en el hospital de campaña de Ifema. Hoy, recuerdan el día en el que fueron llamados a levantar una barrera química que cortara el paso del coronavirus en el mayor hospital de campaña montado en España

Un grupo de trabajadores de Clece en la entrada de Ifema
Un grupo de trabajadores de Clece en la entrada de IfemaLa RazónLa Razón

Pablo Díaz Fernández, jefe de servicio de la división de Limpieza de Clece, se encontraba en su casa confinado el 20 de marzo, cuando recibió en su “smartphone” una llamada de su superior, quien le emplazó a una videoconferencia que se celebró a última hora de la tarde. "El gerente de limpieza de interiores –agrega- nos comunicó a mi jefe de grupo y a mí que nos habían adjudicado la contrata del hospital de campaña del recinto ferial y que empezábamos al día siguientetemprano. No existían precedentes para una labor de semejante envergadura y había que arrancar de inmediato”, recuerda.

Clece también movilizó ese mismo día al departamento de Calidad y Medio Ambiente, al de Selección, Recursos Humanos, Riesgos Laborales y a todas las áreas necesarias para poner en marcha un servicio crítico, sin referentes y en pleno confinamiento. La empresa reforzó su plantilla de limpieza en tiempo récord e hizo frente al miedo inicial con sesiones intensivas de formación, impartidas por biólogos.

Jennifer Aranda trabajaba en el Palacio de Congresos, hasta que fue destinada a Ifema la tarde anterior a su apertura. “¿Miedo? Al principio sí”, reconoce esta responsable de equipo de Limpieza. El domingo 22 de marzo, en el pabellón 5, “solo había camas y botellas de oxígeno. Entrábamos en grupos de tres y trabajábamos tres horas. Tardábamos media hora en ponernos los equipos de protección. Nos trataban como si fuéramos sanitarios, nos sometían a los mismos sistemas de prevención y protección que a ellos. En el pabellón 5 nos dedicábamos a mantener los baños, los controles, los puestos de los médicos. Limpiábamos constantemente. Recogíamos los residuos y desinfectábamos la estructura de la cama y el colchón. El personal de lencería retiraba la ropa de cama. Al principio, había desconcierto, pero pronto, apoyándonos unos en otros, conseguimos que el sistema funcionara bastante bien. Éramos, ¡somos una piña!” asegura. “El mismo día 21 ya empezaron a explicarme cómo trabajar en un espacio como éste y a preparar todo lo que necesitábamos: carros, bayetas, lejía, cubos, etc. Hemos limpiado con agua y lejía, y mopas, para combatir el virus: no podíamos usar cepillos ni recogedores porque que los pacientes estaban afectados en las vías respiratorias. Ahora, afortunadamente, el trabajo se ha normalizado, pero seguimos aquí hasta que se confirme que no haya rebrote del Covid-19”, indica Jennifer.

Itziar Cuenca es otra de las aproximadamente 200 personas entregadas en cuerpo y alma a la vorágine del hospital de campaña en IFEMA. Antes, había trabajado en Limpieza del Teatro Real y del Palacio de Congresos. El 20 de marzo, tras recibir las instrucciones de Clece, se adentró en los pabellones del Campo de las Naciones. “Fue duro –refiere- chocarse de golpe con una realidad que era mucho más cruda de la que había contemplado a través de los noticieros de televisión o de los videos de las redes sociales. Te topabas con un trabajo delicado, intenso y fatigoso, en el que tenías que observar unos procedimientos muy exigentes, con el agravante de que teníamos que protegernos con unos equipamientos incómodos que te restaban agilidad y que te producían muchísimo calor. No estaba acostumbrada y, menos, a correr de un lado para otro, circunstancia nada infrecuente”. Pero lo que más le conmovió fue toparse con los enfermos, “personas de todas las edades con huellas de sufrimiento físico y moral, personas solas". "Te alegrabas cada vez que se le daba el alta a un paciente. Incluso te llenabas de orgullo porque sentías dentro de ti que tú habías ayudado a conseguirlo, poniendo tu granito en el montón de arena”, relata Itziar.

Tanto Itziar como Jennifer han experimentado un cambio interior durante esta etapa. “Ha sido un reto lleno de incertidumbres y temores porque no sabías si te ibas a infectar o llevar el virus a casa. La higiene y la prevención se han convertido para mí en una obsesión”, explica Jennifer. “Aquí -continúa- hemos visto a pacientes de todas las edades. Y se te parte el alma viendo a personas solas que tienen ansiedad por transmitirle a sus familias cómo se encuentran. Les prestábamos los cargadores de móviles, pero no nos acercábamos porque lo teníamos prohibido. Desde lejos les dábamos gritos de ánimo. Hemos visto mucho sufrimiento e, incluso, enfermos que decían que no sabían si volverían a pisar la calle”.

“La experiencia ha sido, por una parte, complicada y estresante; por otra, muy buena, enriquecedora” sostiene Jennifer.“Este quehacer –expone- me ha llenado como persona porque ha sido un trabajo muy solidario, todos éramos iguales. Daba lo mismo que fueras médico, enfermero, militar o limpiadora. El agradecimiento de los pacientes era constante. La palabra gracias salía de sus bocas por cualquier cosa, tras limpiarle la cama, tras quitarle alguna mancha, tras suministrarle jabón o papel higiénico. Es lo que más me ha llenado. La tantísima atención que han tenido hacia nosotras y que no suele ser corriente”.

Itziar Cuenca sintetiza esta experiencia de mes y medio calificándola de “lección humana y profesional. Te vuelves más persona, te das cuenta de que nos preocupamos en exceso de lo superfluo y orillamos lo importante. Espero que esta pandemia sirva para que todos pensemos un poquito más en quienes tenemos al lado”, advierte.